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sábado, 25 de mayo de 2013

Abuelos, padres y nietos.

Ahora que acabamos de celebrar la Fiesta de los Abuelos de “Mis Amigos”, podríamos fabricar este post, queridos papis, presentándolo únicamente desde el prisma complaciente y -permitídnoslo- manido de ensalzamiento de la figura de los abuelos, destacando aquí exclusivamente su valioso papel como acreedores de honda experiencia y eficiente figura de colaboración en la educación de los peques, como elemento común en la integración familiar y hasta en la desintegración de desavenencias. Pero vamos a ir un poquito más allá.

Cada vez es más frecuente ver abuelos llevando el carrito de sus nietos y abuelas que esperan a mediodía la salida de los niños de los coles, sean coles de peques o de más mayores. Se trata de abuelos jóvenes que, para bien o para mal, viven una segunda paternidad, pues el nuevo rol de los abuelos es consecuencia de los cambios en las estructuras familiares y de los difíciles horarios de trabajo de sus hijos, los papis.

Sin embargo, el papel de los abuelos también es difícil en la sociedad actual. Cuidar y educar a los hijos es diferente de cuidar y educar a los nietos. Esta es la primera reflexión que debemos hacernos en las relaciones que se deben plantear con los abuelos en las familias. Porque en no pocas ocasiones, la reiteración de la demanda de actuación de los abuelos ha supuesto una carga excesiva para muchos de estos y es normal que su papel haya distado en ciertos momentos de ser el más efectivo en determinados casos. Y sobre esos casos, no es infrecuente que algunos especialistas hayan lanzado avisos como los siguientes: “a los hijos se les educa, a los nietos se les consiente”, o “en muchos casos ellos mismos se creen con el derecho que les otorga el servicio que prestan para establecer normas poniendo en cuestión la opinión de los padres”. Ponen el acento crítico en la incidencia de los abuelos cuando se ejerce una labor “suplantadora” sobre la de los padres, presentando los siguientes planteamientos:
  • ¿Cuál es la tarea que se debe encomendar a los abuelos en la sociedad de hoy?
  • ¿No será excesiva la responsabilidad que se deja en manos de los abuelos, teniendo en cuenta sus edades avanzadas en muchos casos?
  • ¿Saben cuidar y educar a los niños de hoy con las exigencias que la actual sociedad demanda?
  • ¿Se benefician los niños con el cuidado de los abuelos?

En realidad, a nosotras nos parecen planteamientos que se alejan de la tradicional figura de los abuelos en la educación de los niños, como si en el S.XXI se necesitase que los abuelos certificaran su homologación en una sociedad de cambio globalizado. No. Los abuelos han sido y serán siempre los abuelos (así de sencillo) por mucho que su participación requiera de unificación de criterios, toda vez que nuestra sociedad les reclama mayor participación con los nietos debido a las circunstancias.

Así es: como piezas fundamentales para el mantenimiento de la unidad familiar, los abuelos son portadores de la historia, transmisores de cultura y en muchas ocasiones ejercen –como al principio sugeríamos- una labor de mediación en los conflictos entre papás y nietos. Históricamente, la figura del abuelo ha sido un referente en la vida de las familias, ligada, sobre todo, a la infancia de los niños. Pero, ¿es esa figura determinante hoy en día? Efectivamente, los abuelos pueden y deben cuidar a los nietos, pero eso sí: huyendo de la cesión gratuita y la superprotección. Por ello deben saber querer, y ello significa que deben ser capaces de delimitar y establecer las diferencias entre “el mínimo razonable” o manifestación de cariño que no debe fallar, y “el mínimo nocivo” que es sinónimo de protección excesiva. Saber querer es saber dar, pero también es saber exigir. El clima de amor, que es la base de la estabilidad de la familia, se enriquece con la intervención de los abuelos sabiendo equilibrar el cariño sano con la exigencia educativa.

Los abuelos deben enseñar a los nietos guiados por el criterio de padres y madres, criterio que siempre será de exigencia y comprensión, por lo que es de absoluta necesidad evitar contradecir los planteamientos educativos de los papis. En todo momento debe haber una determinación de papeles, horarios y tareas para los abuelos y otras que son competencia exclusiva de los padres. De esta forma, esta claridad evitará roces y creará un clima de confianza que favorecerá los intercambios educativos y las peticiones de consejo o de ayuda dirigidas a los abuelos en caso de necesidad extraordinaria.

Y es que, queridos papis, no lo olvidemos: algunos abuelos -todavía jóvenes- han visto perder su independencia al dedicarse al cuidado de los nietos más pequeños para poder ofrecer a los padres no sólo la posibilidad de afrontar su vida laboral, sino incluso la posibilidad de una diversión fuera de la vida familiar. Por ello, cuando a los abuelos se les exige demasiado, estos también deben ser conscientes de la necesidad de establecer límites. Y es que los abuelos no están para suplantar la educación sino que su función es, fundamental y sencillamente, dar cariño y ofrecer su valiosísimo ejemplo de serenidad y equilibrio basado en la profunda experiencia. Por tanto y en respuesta a la pregunta que nos hacíamos unas líneas más arriba, nuestra conclusión es que sin duda alguna, la figura de los abuelitos es tan determinante como necesaria.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!


Fuente: E. Serra, C. Rico. “Abuelos y nietos: abuelo favorito, abuelo útil” (2007).

domingo, 12 de mayo de 2013

¿Cómo gestionamos los celos?


Los celos son una emoción determinada por sentimientos de envidia y recelo hacia otra persona, que surgen como consecuencia del afán de poseer algo de forma exclusiva. Se trata de un comportamiento afectivo defectuoso que el niño expresa ante el temor a lo que él pueda entender como "ser desatendido" o "perder el cariño de sus padres" (sobre todo de la madre como principal figura de apoyo). Con frecuencia, los celos aparecen en los niños tras el nacimiento de un hermano y suelen manifestarse a partir del año y medio hasta los siete años, siendo más frecuentes en niños que en niñas y más acusado cuando ambos hijos son del mismo sexo.

Seguro que a estas alturas, queridos papis, sabéis que hasta cierto punto los celos constituyen una respuesta normal. Una respuesta que se acentúa más en unos bichillos que en otros, pues algunos rasgos de la personalidad del peque –como la inseguridad- son más favorables a la aparición de los celos. Lo más importante es aprender a distinguir los celos normales de los patológicos pues, si persisten en el tiempo, conviene pedir ayuda especializada.

Nuestras pulguillas nos dan “pistas” enseguida manifestando los celos a través de cambios de su conducta: se vuelven desobedientes, rebeldes, pueden llegar a pegar o a morder a su hermano o compañero de clase… Otros se sienten tristes, débiles, ocasionalmente se niegan a comer, a jugar, se vuelven “llorones” y demasiado dependientes de la madre… Puede producirse, asimismo, algún retroceso en su desarrollo: mojan la cama, se chupan el dedo, utilizan un lenguaje más infantil…
Por eso es importantísimo determinar el origen de los celos, de igual manera que necesario es crear un ambiente familiar y escolar de aceptación y respeto. Para ello, es bueno que lleguemos a acordar pautas comunes por parte de todos los adultos (papis y amigos de papis, familia y seños) que rodeamos al niño y con ese objetivo los expertos nos aconsejan:
  • Alabar los éxitos
  • Reconocer el sentimiento de los celos como algo natural
  • Aceptar las conductas de retroceso en su desarrollo
  • Ofrecerle la oportunidad de expresar su malestar
  • Potenciar el contacto con los demás niños de su edad
  • Preparar al niño ante la llegada de un nuevo hermanito
  • No hacer comparaciones entre los niños
  • Establecer reglas, independientemente de la edad
  • Asignar responsabilidades a cada uno de ellos
  • Reforzar la cooperación entre ellos
  • Evitar descalificaciones entre ellos

Y ante la llegada de un nuevo hermano:
  • Resaltar la importancia de tener hermanos y lo positivo que conlleva
  • Evitar las frases que recriminen sus acciones (“no lo toques”, “aléjate, que no me fío de ti”…)
  • Elogiar todo acercamiento del niño al bebé
  • Involucrar al niño en las tareas del cuidado del bebé
  • Valorar al niño delante de familiares y visitas
  • Evitar comparaciones entre los dos y resaltar lo bueno de cada uno
  • Dedicar tiempo en exclusiva para el niño en el que compartáis aficiones, diversiones e intereses.

Recordad, por tanto, que los celos son una expresión de sentimientos. No se trata de rabietas ni de formas condicionantes (por parte de nuestras fieras) de “imposición” de su realidad. Es una reivindicación que debemos tratar con la obligada sutileza y el mayor de los cariños hacia nuestras pulguillas, en aras de reconducir un sentimiento de rechazo e infravaloración en el menor tiempo posible.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Franco Royo, T. “Vida afectiva y educación infantil” (1998)

domingo, 5 de mayo de 2013

Sí, los niños pegan. ¿Y qué?


Generalmente, dos son los motivos por los cuales los niños pegan. Son enfoques que responden a periodos de desarrollo (aunque os parezca confuso, queridos papis, así es) y que necesitan de la correcta orientación, tanto en casa como en el centro: el periodo de autoafirmación y el normal proceso ante la intolerancia.

En efecto, en el primero de ellos el comportamiento se manifiesta habitualmente con la usual conducta a “decir a todo que no” o a no querer hacer nada de lo que se les propone. Su conducta prevalece sobre las sugerencias y establecen un sano proceso de rebeldía, pues es síntoma de que comienzan a aprender a tomar decisiones… por mucho que esto pueda parecernos contradictorio. No os preocupéis: la persona tiende a establecer sus prioridades cuando no concuerdan con las de los demás. Y es aquí cuando entra en juego el segundo de los factores que provocan la reacción de pegar: el proceso de intolerancia. Algo no sale como ellos quieren o no se hace lo que en ese momento quieren.

El niño no tiene todavía el control del lenguaje para expresar esas desavenencias suyas y su “negociación” es interpretada por muchos de los adultos como mera imposición. Sí, en cierta manera así es, pues el niño no ha desarrollado todavía la capacidad de razonamiento dialéctico y no puede por menos que manifestar su decisión mediante la tendencia a superponer su criterio ante determinado hecho mediante la agresión física. No es el caso de ningún alumno de “Mis Amigos” observar que esta actitud, pese a las correcciones de profes o papis, persiste. Pero sería en esos casos cuando sí habría que ocuparse más a fondo del tema, centrando la observación en determinadas variables que los expertos consideran como las más comunes:

  • Variables personales: la agresividad es más frecuente en niños con falta de autocontrol, quienes muestran baja consideración y respeto hacia los demás y manifiestan inestabilidad emocional.
  • Variables familiares: los niños expuestos a determinadas situaciones en casa (como la separación o divorcio de los padres), un clima permanente negativo (discusiones entre los mayores) o el uso de métodos educativos inadecuados, tienden a mostrar mayor agresividad ante sus iguales y los adultos.
  • Variables ambientales: la influencia de los medios audiovisuales como la televisión, o de situaciones ambientales en el entorno donde reside el niño, pueden ser también factores negativos que propicien un exceso de agresividad.

En los casos cotidianos y normales (dentro del desarrollo del peque) en los que las pulguillas usan el impulso físico frente a las contrariedades, las sucesivas correcciones de las seños junto a las explicaciones –adaptadas a su lenguaje- y nuestra proposición de que asuman con aceptación la circunstancia (o la orden) son siempre suficientes para terminar solventado las “graves contiendas” con un besito al contrario y pelillos a la mar, o de la manita de la seño –y besito que se lleva de premio- prestos a cumplir lo que se les acaba de mandar (lavarse las manos, recoger los materiales, ordenar los juguetes…). En cualquier caso, las consignas generalizadas ante las reacciones de los peques fuera de la Escuela son, casi por norma y según los expertos, las mismas:

  • Para mitigar la agresividad del niño, es preciso no someterse a sus ataques de furor y no acatar sus exigencias para que comprueben que no obtienen con ella ningún resultado.
  • Cuando hay que reprender al niño, no deben utilizarse castigos violentos ni actuar con dureza para que no lo tome de ejemplo. La suavidad y el diálogo tienen un efecto más calmante y relajante sobre él.
  • Es necesario desarrollar un ambiente familiar donde no se tolere la agresión física y se premien los comportamientos sociales positivos para que el niño compruebe que estos son los adecuados.
  • Enseñarle a esperar cuando quiere algo y a utilizar el lenguaje y la negociación en vez del ataque para conseguir alcanzar su objetivo.
  • No ser indiferente a sus ataques: si muerde o pega a otro niño es preciso intervenir, separarle y reprenderle por su actitud inadecuada. Es preciso que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás, y que debe disculparse por su comportamiento.
  • No actuar de forma exagerada ante el ataque para que no entiendan que morder o pegar es una forma de obtener atención rápida. Es mejor responder con tranquilidad, pero con firmeza.

Sólo en los mencionados casos de continua persistencia del problema sería necesario acudir a un especialista para reorientar las conductas del peque. Mientras no se manifiesten estas actitudes, el hecho de que los niños peguen forma parte de una conducta habitual que no debe encender innecesariamente las alarmas.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

sábado, 27 de abril de 2013

¿Previsión o sobreprotección?


Antes que nada es necesario distinguir qué es un acto aislado de un comportamiento educativo basado en la sobreprotección. El acto aislado es un reflejo natural e instintivo: ¿quién de nosotras (sobre todo, queridas mamis) no le hemos quitado algo a nuestro bebé de las manos por temor a que se lo trague? ¿Quién no ha bajado al peque del extremo de un sillón cuando nos está haciendo “malabarismos”? Sin embargo, cuando la sobreprotección se convierte en el argumento principal de nuestra forma de actuar como padres estamos haciendo, sin duda alguna, un flaco favor a nuestras fieras. Lo hemos sugerido en el contenido de otros posts: es necesario permitir que se enfrenten a las dificultades para hallar la solución por sí mismos. Sí, debemos ayudar cuando lo necesiten… pero no solucionarles constantemente los problemas como un objetivo al estilo “te doy todo hecho”. En muchas ocasiones, esto puede conducir a la constante supervisión para evitar que los niños realicen actividades que unos padres sobreprotectores pueden considerar arriesgadas y, lo que es peor, podrían llegar a derivar hacia la consideración de “molestas”.

Si los padres nos basamos en la orientación constante y supervisada de lo que un niño “debe” o “no debe” hacer obviando el carácter experimental del aprendizaje podemos correr el riesgo de llevar a cabo frecuentes llamadas de atención a nuestro peque sobre riesgos o peligros pretendiendo que, atemorizado por estos inconvenientes, no haga o deje de hacer algo que podamos desaprobar. Y aquí lo determinante es, queridos papis, que la supervisión de nuestros hijos jamás debe estar fundamentada en el temor. El temor coarta su desarrollo y condiciona de una forma incidente en términos negativos la capacidad de iniciativa de nuestros hijos. Y lo que tenemos que evitar son precisamente las consecuencias de la sobreprotección: la timidez y dependencia excesiva, el desarrollo insuficiente de las habilidades sociales, la inseguridad en sus relaciones por una creciente falta de confianza, la no asunción de responsabilidad por sus actos (siempre han sido los padres sobrerotectores quienes la han asumido), la falta de iniciativa, el sentimiento de inutilidad, el inadecuado desarrollo de la empatía, la futura dificultad para la toma de decisiones, la posibilidad de una personalidad desarrollada en el egocentrismo…

Nuestra obligación, queridos papis, no es tanto ser la "avanzadilla" de la observación y prevención de su entorno como el llegar a convertirnos en expertos previsores de las consecuencias inmediatas del acto inmediato del niño, ponderando el riesgo. ¿Va a caerse? ¿No va a poder encajar esas piezas? El beneficio de la conclusión subjetiva por ese aprendizaje experimental es mucho mayor que la súbita frustración por la sorpresa de la caída o la imposibilidad de terminar de montar el sencillo juego de Lego (por no hablar, por supuesto, de fomentar en ellos el reto y la constancia ante la dificultad, pero ese es otro asunto que hemos tratado y seguiremos tratando en otros posts). Por supuesto, no estamos hablando de permitir cualquier ocurrencia a nuestras fieras: el difícil arte de educar consiste en saber conjugar nuestros temores con nuestras aspiraciones y -por ende- su desarrollo, teniendo en cuenta asimismo los deseos de las pulguillas. Porque el niño no tiene la consideración de "un ser débil, ignorante e inexperto”. Es… un niño, en su fase natural de desarrollo. Claro que, en el fondo, nos gustaría que no se equivocaran, que no tuvieran que sufrir por nada, quisiéramos tener en nuestra mano la facultad de evitarles en todo momento y lugar cualquier contratiempo… pero eso ni es posible ni aconsejable.

Para que lleguen a convertirse en individuos capaces de actuar y afrontar sus propias circunstancias, han de aprender a desenvolverse por sí mismos (evidentemente, cada cual en su medida según edad y personalidad –pues no todas las pulguillas son iguales, ¿verdad) y para ello, a través del aprendizaje “ensayo / error” llegarán a ser capaces de crear sus propias estrategias de actuación y resolución de conflictos. ¡Ánimo! Vuestra labor encontrará el complemento en nuestro trabajo desde el Centro.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Albor-Cohs. “Perfil de estilos educativos” (1998).

sábado, 20 de abril de 2013

Educar en el esfuerzo.


Nos encontramos en una sociedad llamada “de bienestar” (y a pesar de la época por la que atravesamos, “de consumo”) en la que muchas pautas educativas parecían ofrecer la posibilidad de acceder, casi sin esfuerzo personal, a todas las necesidades como si siguieran esta secuencia: “me apetece / lo quiero / lo tengo / de inmediato”. Y a la larga, la consecuencia de esto es la incapacidad para soportar esfuerzos asociada a sentimientos de impotencia, frustración, no valoración de las cosas, incapacidad de disfrutar y falta de reacción ante la adversidad.

Por ello, queridos papis, es necesario prepararles para responder ante los “conflictos” y ayudarles a potenciar la fuerza de voluntad, la capacidad de superación y el desarrollo futuro de una sólida personalidad. Así, los expertos nos presentan una serie de criterios generales para potenciar el valor del esfuerzo en nuestras pulguillas:

  • Enseñarles a asumir responsabilidades (por básicas que sean) y a ser autosuficientes.
  • Ayudarles a controlar sus impulsos para que sean capaces de demorar sus gratificaciones o “recompensas” y aprender a tolerar la frustración. Y –lógicamente- para ello conviene no ceder a sus caprichos e incluso trazar con ellos en casa un básico programa de tareas (abrochar botones, atar cordones de zapatos, juguetes ordenados, asearse solos…).
  • Destacar el esfuerzo que hay detrás de los logros.
  • Dosificar regalos.
  • No permitir dejar las cosas sin acabar.
  • Acostumbrarles a que adquieran compromisos y exigirles su cumplimiento.
  • Enseñarles con nuestro ejemplo a superar con humor situaciones frustrantes y aprender a tener metas “realistas” ("¡Ahí va! ¿Has visto, Nacho? A papá no le ha salido... Bueno, no pasa nada: vamos a hacer este otro más fácil y luego ya lo intentaré otra vez con el difícil").
  • Procurar que compartan, regalen y participen en pequeños actos solidarios (regalar sus juguetes en determinadas campañas a los niños más necesitados, empezando así a conocer el concepto del desprendimiento junto al de la generosidad).
  • Proponer objetivos concretos que podamos controlar diariamente.
  • Comenzar a introducirles en lo que se convertirá en disciplina a través de pequeños hábitos progresivos (los mencionados programas básicos de tareas convertidos en costumbre).

Lejos de ser considerado un “logro”, comenzar a educar a las fieras en el valor del esfuerzo es una necesidad, por cuanto que los niños requieren de un patrón de conducta, una referencia por la que ordenar su propio entorno social. Como podéis deducir del artículo, queridos papis, a ello no es únicamente acreedora la Escuela: esta es una de las derivadas del común esfuerzo entre vosotros y nosotras en la correcta orientación de vuestros (y nuestros) peques.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Villanueva, M. J. “Programa de apoyo familiar” (2007).

domingo, 14 de abril de 2013

La importancia de la educación musical infantil.


En la educación musical se da un proceso de aprendizaje en el que se distinguen dos momentos consecutivos: el trabajo inconsciente, en el que el niño escucha o expresa a través de la música sin darse cuenta de ello, y el trabajo consciente en el que la seño –oportuna y progresivamente- irá haciendo consciente al niño de sus propios aprendizajes (¿os acordáis de la “motivación b2b” cuando hacíamos referencia a la lectoescritura? Pues con la música es lo mismo). 
En este proceso de aprendizaje se suceden varias etapas:

  • Escuchar un amplio abanico de sonidos en el que ya puede empezar a “ver” y distinguir los diferentes sonidos.
  • Imitar, en un principio, una mera repetición de sonidos sin tener consciencia de lo que ha repetido y poco a poco será capaz de reproducir conscientemente lo que ha escuchado (estos “ensayos” –imitaciones y repeticiones- son imprescindibles para conseguir el dominio de las habilidades musicales que permiten la interpretación de los sonidos escuchados).
  • Reconocer y distinguir entre diferentes sonidos escuchados anteriormente. A través del reconocimiento, el niño identifica lo que escucha.
  • Reproducir. Es decir, repetir sin un modelo inmediato lo que anteriormente ha escuchado y ha imitado.

A la hora de seleccionar las distintas actividades musicales, tanto en “Mis Amigos” como en cualquier otro Centro debemos tener en cuenta criterios como el psicopedagógico (según edades, intereses del momento, características individuales…), el cultural (en nuestra ciudad goza de gran influencia tanto la tradición musical como el reciente contexto de las Fallas) o el tipo de actividad que se vaya a desarrollar (pausadas o dinámicas).

Oír música significa escucharla, y esto requiere de atención. Pero la atención de las fieras es muy dispersa, de corta duración e incluso superficial y por eso hay que ir educándolos lentamente (pues su progreso es paralelo a su maduración). Así, la educación musical abarca desde escuchar a la seño cantando una canción (nota para los papis escépticos: nuestras seños cantan muy, pero que muy bien) o incluso tocar un instrumento (no, no tenemos piano en la Escuela pero sí triángulo, flauta, xilófono, clave, etc., y esta actividad es fundamental para inicial a los peques en la audición) hasta escuchar la grabación de autores clásicos, orquestas populares o incluso algún autor moderno (de contenido no excitante, pues produciría un efecto contrario al que buscamos: la atención).

Por eso las audiciones que preparamos son breves, de escasos minutos. No pretendemos que las pulguillas estén atentas durante todo el fragmento; en realidad, sólo atienden al comienzo y después –como siempre- esa atención se torna intermitente (¡qué le vamos a hacer!) Pero con ello, objetivo cumplido. Y por eso concluimos –para según qué edades- con retos elementales de análisis a los peques en relación al contenido musical mediante, por ejemplo, la distinción entre canto y orquesta o entre solista y coro.

Y aquí llega nuestra firme aseveración: nosotras os prometemos que si advertimos entre nuestras/vuestras fieras un futuro Domingo o Caballé, os lo haremos saber inmediatamente.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: F. Weber. “La música y el pequeño” (2001).

sábado, 6 de abril de 2013

¿Cuándo enseñar a leer y escribir?


¿Se debe esperar hasta los 6 años para enseñar a leer y escribir a nuestros alumnos? En la mayoría de las escuelas tratamos de que los niños empiecen a reconocer las letras e intenten enlazarlas formando las primeras palabras. Eso no significa que en el primer ciclo de Educación Infantil tengan nuestras fieras que poner en práctica el aprendizaje total y comprensivo de la expresión lectora y escrita. Ni siquiera en la segunda etapa (aunque esa fase corresponde a otros centros y no al nuestro) se propone como objetivo último adquirir la habilidad de leer y escribir perfectamente. En realidad, la Educación Infantil pretende constituirse como primera toma de contacto como aspectos didácticos referidos a la lectura y escritura, pudiendo ser considerados como experiencias de pre-lectura y pre-escritura. Tengamos en cuenta que en el pasado se consideraba la etapa de educación infantil exenta de contenidos en aprendizaje, constituyéndose como un periodo de juegos sin valor educativo. Afortunadamente, con el paso de los años fue cambiando esta consideración y hoy por hoy se valora la Educación Infantil como base de futuros aprendizajes académicos.

En “Mis Amigos” seguimos la corriente constructivista auspiciada por la motivación. Sin ánimo de liaros mucho, simplificaremos diciendo que la teoría constructivista (a diferencia de la biologista) remarca que la madurez del aprendizaje no solo responde a factores internos, sino que serán las experiencias que proporcione el entorno las que marcan inicio y desarrollo en la adquisición del conocimiento por parte del niño. De esta forma, el niño “construye” su aprendizaje a partir de sus propios conocimientos previos pues se trabaja con alusiones reales que forman parte de su propio entorno. ¿No os habéis preguntado nunca por qué están las letras “presentes” en el aula? Con estas se llevan a cabo asociaciones y combinaciones que, por ejemplo, les permitan aprender la configuración gráfica de su nombre.

Se trata de llevar a cabo una enseñanza y aprendizaje “personal” en relación a las características y necesidades de los bichillos, y esa es una de las razones por las cuales no nos basamos únicamente en los criterios de tal o cual editorial (descartando así una especie de “mecanización didáctica”). No, no es que en “Mis Amigos” nos desmarquemos de una estructura programativa sino que acuñamos fases flexibles que promueven lo que llamamos la “motivación b2b”: la creación de una disposición seño-alumno hacia el aprendizaje instaurando situaciones que creen entusiasmo, que verdaderamente despierten el interés de nuestras fieras hacia la lectoescritura con experiencias que les atraigan y actividades que les llamen la atención (como decíamos, comenzamos con el nombre del niño pasando a otras combinaciones apoyadas de imágenes o fichas –perro, árbol, etc.)

En resumen, durante años se consideró la edad de 6 años como punto de partida para iniciar la lectoescritura coincidiendo con el inicio de escolarización. Sin embargo, ya hace mucho tiempo que la Educación Infantil es considerada la etapa necesaria que debe introducir al niño en sus primeras producciones orales y escritas. Y eso sí, mediante la puesta en práctica de experiencias que deben resultar motivadoras e interesantes para que nuestras pulguillas desarrollen adecuadamente y con mayor facilidad dichos aprendizajes.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: V. Silvestre. “Lectoescritura en Educación Infantil” (2007)

sábado, 30 de marzo de 2013

La creatividad (II)


En el post anterior introducíamos el aspecto de la creatividad a modo de generalización sobre la importancia de la sensibilización y la disposición motivada a actuar en busca de la configuración de las ideas, del tanteo experimental, la consecución de su propia deducción y su relación con el tratamiento de los errores. Pero, ¿de qué fases y cómo se estructura el proceso de la creatividad en los niños?

La primera fase es la de sensibilización. Esta fase tiene como finalidad movilizar el ámbito primario de los niños: la imaginación y la actividad. Les damos toda clase de medios artísticos como base para inducir inicialmente su creatividad. Fomentamos que afronten tanto individualmente como en grupo la solución de problemas con objeto de incentivar su capacidad de identificarlos y resolverlos.
La fase de sensibilización constituye el fomento de la espontaneidad de los niños, pero puede caracterizarse también como un periodo que pretende estimular los sentidos orientándolos a un dominio más logrado de la realidad a través del juego artístico o estético. Esa apertura a situaciones no tan comunes “fuerza” a los niños a probar nuevos ensayos, a examinarlos y a convertir lo extraño en familiar por medio de la comprobación. En esta fase no hay acciones concretas por parte de la seño: los niños se ven forzados a comprometer su espontaneidad y su imaginación.

La segunda fase constituye la reflexión en grupo. Consiste en pensar sobre una situación intentando extraer conclusiones. Si en la primera fase se buscó la activación del ámbito primario de los niños (la imaginación y la actividad), en esta segunda fase se busca la reflexión por medio de la cual los niños aprenden a utilizar las capacidades recién descubiertas y a formar sus “juicios” acerca de los nuevos descubrimientos.
Durante el proceso reflexivo de esta fase se invita a los peques a que individualmente describan sus materiales. Después de invita a una descripción en grupo de los trabajos que se han descrito de manera individual. Así, en esa reflexión colectiva se “forzarán” diferentes percepciones o, dicho de otra forma, los contenidos subjetivos se objetivan y se hacen disponibles para todo el grupo. Es una forma de ampliar conclusiones que de manera individual no habían surgido.

Y finalmente, la tercera fase supone la activación de la creatividad. Tiene como objeto estimular en el niño la capacidad de síntesis y el descubrimiento de nuevas situaciones reales así como la imitación, transformación y remodelación de experiencias a través de las capacidades que se han ido despertando y elaborando en las dos fases anteriores: sensibilidad y reflexión.
En esta fase se pretende aunar el ámbito primario y secundario del niño. Aquí ya es posible la interpretación de trabajos de pintura, de construcción o de juego hasta entonces utilizadas. El descubrimiento de soluciones a problemas reales se establece como una tarea muy importante donde el juego y la construcción creativa representan una lograda síntesis de procesos, tanto en el ámbito psíquico como en el social, el corporal y el objetivo-formal.

Una vez se han completado los tres niveles, los ejercicios propuestos deben ser más completos debido a que a la improvisación e imaginación se une la información. La seño se convierte en un apoyo importante en la propuesta de actividades de enriquecimiento. La realización de estas actividades, unidas a la reflexión grupal  sobre ellas, dará como resultado soluciones objetivas y originales.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Guilford, J.P. “La creatividad” (1980), P. Gomes Olazábal. “Imaginación y creatividad” (2005).

sábado, 9 de marzo de 2013

La creatividad (I)


Vivimos en un mundo donde todo va a toda velocidad. Un mundo en el que todo son prisas, estrés… Un mundo en el que damos casi todo hecho a los peques, donde hemos comprimido nuestra capacidad de imaginar y crear a partir de medios básicos. Precisamente por ello la pedagogía actual tiene como objetivo considerar al niño como “creador” y no sólo como “receptor”, como lo hacía la escuela tradicional, y así se tiene ahora en cuenta la importancia del mundo interno del niño, sus sentimientos, pensamientos y forma de expresarlos.

Para fomentar la creatividad en los niños es fundamental facilitarles la acumulación de experiencias y conocimientos. A medida que estos van madurando, se desarrolla en cerebro de cada pulguilla la configuración de ideas y conceptos hasta que irrumpen en el consciente. Todo esto significa que hay que fomentar en los niños su propia iniciativa de búsqueda, la posibilidad de acercarse al “tanteo experimental”, valorando la importancia de que el niño se equivoque para poder aprender de los errores por propia experiencia. Por supuesto, sin dejar de tener una actitud positiva por nuestra parte (papis y seños) hacia esos errores en los que debemos destacar los aspectos positivos de todo intento, por encima de los negativos (no hace falta aquí puntualizar, queridos papis, que nos referimos a intentos supervisados).

Plantear las conclusiones sobre ese intento de forma interrogativa es básico para que el niño aborde, a su modo, la deducción. Y lógicamente, de la misma forma es necesario potenciar la perseverancia en la tarea alentándoles a alcanzar los objetivos propuestos. Esta acumulación de experiencias y conocimientos no tiene acceso sin el incentivo de la sensibilidad hacia el mundo que les rodea. En efecto, es a través de la observación y los sentidos como el niño accede a un mundo de conocimientos, de captación de los “fenómenos de las cosas” por el que comienza a desarrollar el pensamiento abstracto adquiriendo conceptos mentales para relacionar, comparar y despertar su sensibilidad ante el entorno. Y esa misma sensibilidad debe ser “inconformista”: es necesario potenciar un aprendizaje continuo de la vida y sus matices enseñando que las experiencias pueden tener distintas soluciones, diferentes puntos de vista.

Por ello es fundamental respetar las características y peculiaridades de cada niño, enseñándole a respetar también las de los otros para ir formando una personalidad definida y segura. Hay que tener en cuenta que en los antiguos modelos de educación la originalidad de los niños no estaba bien vista, tendiéndose por entonces a la uniformidad absoluta de criterio. Hoy, por el contrario, se hace hincapié en los beneficios de inculcar al niño seguridad y confianza en sus posibilidades, en su autoestima y valoración propia para que aprenda a defender, en un futuro, sus ideas e iniciativas aunque no coincidan con las opiniones de los demás.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Guilford, J.P. “La creatividad” (1980)P. Gomes Olazábal. “Imaginación y creatividad” (2005).

sábado, 2 de marzo de 2013

Cooperación entre familia y escuela (II)


En esta segunda parte sobre la cooperación entre familia y escuela ponemos nuestras miras mucho más allá. Nuestro papel en la formación de nuestros bichillos es básico y fundamental en cuanto que comienzan a establecerse las primeras claves de formación de personalidad, capacidades, hábitos y comportamiento. Podríamos decir aquí que nosotras suponemos un punto de partida en la futura carretera de la vida que completarán los peques. Por eso no nos limitamos a establecer pautas correspondientes únicamente a nuestra etapa, pues nos preocupa que el desarrollo de nuestros alumnos continúe en fase creciente en todos los aspectos. Y por eso incluimos contenidos que excederán de nuestra competencia… como el de hoy.

Una buena relación entre familia y escuela (instituto, colegio, etc.) tendrá un impacto indudablemente positivo, queridos papis, en el desarrollo y crecimiento de los niños. Pero establecer una buena relación entre familia y futuro centro es cuestión de actitudes y “pensamiento sistémico”. La mayor responsabilidad de construir estas buenas relaciones recaerá siempre en la parte profesional: escuela y profesorado, sus futuras seños o profes. Sin embargo, la familia también debe trabajar con las expectativas y actitudes que presenta hacia la escuela y la educación del niño, y trabajar con sus propios sentimientos y emociones. Una perspectiva sistémica a través de “estrategias globales desde la escuela” es siempre más efectiva que las estrategias individuales, no lo dudéis.

Padres y docentes compartimos siempre la responsabilidad de la educación de hijos y fieras (en el caso de esta entrada, futuros alumnos). Las dos partes deben cooperar y relacionarse para que la trayectoria académica del niño se desarrolle de forma coherente y en una misma dirección, pues tengamos en cuenta que todas las investigaciones y estudios realizados en torno a las relaciones entre familia y escuela ponen de manifiesto que mantener un vínculo estrecho y de participación tendrá un importante impacto en los resultados educativos del futuro estudiante. Se debe considerar entonces la cooperación entre padres, docentes y centro escolar como una herramienta efectiva para frenar el fracaso educativo y alcanzar el éxito académico.

La escuela tiene un papel primordial para lograr que el vínculo entre los miembros de la comunidad educativa -alumno, padre y seño/profe- sea más estrecho. Y el objetivo principal debe ser hacer sentir a los padres que son parte integrante del centro, como hacemos en Mis Amigos. Para conseguirlo, en ocasiones es necesario recordar desde el primer momento el lugar destacado que ocuparéis en el proceso educativo de vuestros hijos y la continuidad que deberá darse en casa al trabajo que se desarrollará en el futuro centro. Por eso siempre ha sido esencial (incluso en nuestra etapa) manteneros a las familias informadas sobre el proyecto académico del centro, los cambios que en él se aprueben y las actividades que se organicen durante el curso.

La escuela es siempre responsable del desarrollo e implantación de canales de participación familiar que faciliten el contacto entre padres, docentes y dirección, más allá de las tutorías u otros encuentros formales habituales: talleres, escuela de padres, fiestas escolares o charlas de profesionales, entre otros (os suena, ¿verdad?). Por eso hemos visto interesantes una serie de pautas que en su día tendréis que tener presentes tanto vosotros, queridos papis, como el futuro centro educativo que acoja a vuestra pulguilla:

Pautas para padres

  • Atender la demanda de tutorías o sesiones individuales de los docentes. Preparar con antelación las entrevistas para que sean lo más fructíferas posibles.
  • Respetar la figura del docente y valorar sus opiniones y recomendaciones respecto al desarrollo académico o social del estudiante.
  • Implicarse en las tareas escolares del alumno en casa e informar a los tutores si surgen problemas importantes en su realización.
  • Informar a los docentes o al centro de cualquier alteración familiar o del hogar que pueda influir en el desarrollo académico del estudiante.
  • No banalizar delante de los hijos las actividades escolares o emitir críticas negativas sobre los docentes en su presencia.
  • Participar en la medida de sus posibilidades en las actividades extraescolares que proponga el centro.
Pautas para profesores

  • Interesarse por la situación familiar del alumno para obtener la información necesaria que le ayude a atender sus necesidades individuales.
  • Escuchar las inquietudes de los padres y proponerles soluciones e ideas educativas para implementar en casa con sus hijos.
  • Utilizar con ellos un lenguaje adecuado y comprensible que les permita entender los conceptos que se tratan.
  • Hacer uso de la información e ideas que les trasmiten los padres.
  • No llamar siempre a las familias para formular quejas, sino también para mostrar su satisfacción por el buen comportamiento o los resultados positivos del alumno.
  • Adoptar acuerdos conjuntos sobre las estrategias académicas más adecuadas para mejorar o mantener el rendimiento académico del estudiante.
¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Siles, C. "La colaboración de los padres con la escuela" (2003)

sábado, 23 de febrero de 2013

Cooperación entre familia y escuela (I)


El niño es un ser global, y de la misma manera percibe y vive la realidad que le rodea. Por eso es necesario que los dos ambientes básicos para él (casa y centro) guarden una estrecha coordinación ya que ambos comparten la educación e interés por los hijos/alumnos, las finalidades básicas que hay que educar, la estimulación del desarrollo de los niños –atendiendo a las distintas facetas de su personalidad-, la detección e intervención en situaciones que pueden quebrar la convivencia, los estilos educativos (o formas de educar) y sobretodo el cuidado y la protección del menor frente a posibles riesgos.

Ambas partes trabajamos en el proceso de socialización que podríamos esquematizar, queridos papis, en tres apartados diferenciados:

  • Las normas y la autoridad. En el proceso de maduración social, el niño va dando pasos paulatinos en el hecho de comprender la necesidad de que existan unas normas, en comprender las normas concretas, en aceptar las normas que los adultos (vosotros, los papás y nosotras, las seños) proponemos y en el cumplimiento mismo de las normas, llegando a actuar por sí mismos y autocontrolándose. La autoridad de padres y seños consiste realmente en saber lo que es útil para el bien del niño y en el establecimiento de límites que le den seguridad sobre lo que puede y no puede hacer, siendo necesaria dicha autoridad para su equilibrio. Pero nunca debemos, queridos papis, confundir autoridad con severidad: se tiene autoridad sin necesidad de levantar la voz o incluso castigar.
  • El aprendizaje de comportamientos y tareas. Al igual que en la Escuela cada seño o adulto tenemos o ejercemos una función distinta (y cada seño somos de una manera), el padre y la madre tenéis funciones que se complementan. Por eso el niño debe comprender los diferentes comportamientos y tareas nuestras, de los adultos, así como la forma en que nosotras y vosotros asumimos nuestras funciones, las diferencias entre los comportamientos, las reacciones en casa o centro ante comportamientos diferentes, las propia necesidad de asumir comportamientos y tareas propios (de forma gradual) e incluso la manera más adecuada de adaptarse a una situación concreta (en casa o en el centro).
  • El desarrollo de actitudes. El respeto, entendido en el sentido de que nada (persona, animal, cosa…) debe ser “intimidado” porque no responda a lo que yo quiero. El esfuerzo, que debe ser visto como posibilidad de avanzar, mejorar, de satisfacción por la tarea bien hecha y de superación personal. Y la responsabilidad, apreciada como la actitud de sentirse obligado a dar una respuesta sin ninguna presión externa, sin compromiso.

Estos son pequeños bocetos de una relación mucho más amplia, queridos papis. Pero como habéis ido viendo en sucesivos posts, poco a poco vamos insertando los engranajes para que nuestra coordinación tenga como resultado la formación de unos niños que serán un día adultos comprometidos, quienes seguro nos harán sentir orgullosos. A vosotros y a nosotras.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Alfonso, C. “La participación de padres y madres en la escuela” (2003)

domingo, 17 de febrero de 2013

Sobre motivación y hábitos.


En general, en Educación Infantil hablamos muy a menudo de los hábitos. Y es que un hábito va muy ligado a la adquisición de autonomía, al momento evolutivo del niño y a la cantidad y calidad de las normas de los diferentes contextos. Por eso, queridos papis, es fundamental conocer enseguida cómo es el niño, qué es lo que realmente puede conseguir en un periodo determinado de su desarrollo, qué normas queremos que cumpla y cuáles de esas normas son fijas o “negociables”.
Una vez tenemos claro lo anterior (lo que –admitimos- es harto complicado) podemos destacar los hábitos principales en los momentos de descanso, alimentación, higiene y socialización. Y cuando se concretan –dentro de esas grandes áreas- cuáles son los actos que queremos que los niños adquieran, repitan y asimilen… resulta que podéis encontraros ante una negativa más o menos explícita de los peques. Ojo a este detalle: si estamos aquí empleando la segunda persona del plural no es porque en el centro podamos carecer de estas decisiones por parte de nuestras fieras, sino porque el condicionante que provee el propio entorno influyente de Escuela y grupo las hace menos determinantes en la voluntad de alguna pulguilla.
Pero continuemos. Ante la perspectiva anterior, ¿qué podéis hacer? Pues podéis emplear recursos como la curiosidad innata o los modelos adultos y su atractivo, o dicho de forma distinta, la “significatividad de la tarea” o el “reto de ser mayor”. Pero volviendo a la potenciación de adquisición de hábitos, las técnicas de motivación que usualmente se utilizan en nuestra Escuela (y que son de uso común también en entornos familiares) son estas que os referimos:
  • Los refuerzos sociales positivos: se pueden utilizar de forma aislada o en compañía de otras técnicas. Son los elogios, las sonrisas, los aplausos… Con ellos pretendemos mostrar al niño la capacidad que tiene de mejorar su autonomía, hacerle ver sus esfuerzos por mejorar y elogiarle por las mejoras conseguidas y el progreso realizado, inspirándole confianza en sí mismo.
  • El logro continuo: a la hora de proyectar una tarea o trabajo, la seño (y también vosotros, papás) se asegura de que el alumno pueda concluir tal trabajo con un pequeño esfuerzo. Poco a poco, a lo largo del curso, va aumentando el nivel de dificultad hasta que adquiera la rutina completa y solo sea cuestión de repetir.
  • El error rehabilitado: le presentamos el trabajo dejando que se equivoque y no pueda llevarlo a término. ¡Evidentemente, no es “puñetería”! : ¿cuántas veces hemos vivido aquello de “aprender de los errores”? Pues sí, es también una técnica empleada en lo peques. Es entonces cuando le aportamos la ayuda necesaria hasta resolverlo satisfactoriamente (pero ojo: no debe abusarse de esta técnica para evitar continuas frustraciones, quizá invisibles a priori por nosotros los adultos).
  • La competición: la clave está en presentar el trabajo al peque como si fuera un desafío. En la Escuela no fomentamos la competición colectiva entre alumnos, sino que individualizamos el reto en aras de evitar lo mencionado en el anterior punto: la frustración. Todavía es una edad temprana para situar al niño en un plano de comparativa social. Pero aun individualmente, también debemos graduar el nivel de dificultad para convertir el objetivo en alcanzable.
  • La participación activa: el objetivo es estimular continuamente al niño para que participe en el contexto en que se encuentra. Al darles la posibilidad real de sugerir, opinar y hasta planificar, les hacemos ser partes integrantes del grupo y, por tanto, responsables colectivos de todo lo que en él sucede.
  • El trabajo cooperativo: se trata de dividir el trabajo para resolverlo entre varios alumnos (incluyendo a la seño). De momento somos poquitos, ya lo sabéis, pero en realidad conviene que el grupo no sea siempre el mismo, ni tampoco que cada pulguilla desarrolle siempre las mismas funciones. Así, cada peque es ”responsable” (término que pronto acuñamos) de su parte del trabajo, del que a su vez formará parte del éxito final colectivo o, en su caso -¿por qué no?- dar “explicaciones” (tranquilos, papás: son escenas en que la seño se aguanta la risa y procede a la cariñosa explicación colectiva a modo concluyente).

En resumen, intentamos que en el entorno de la Escuela, su segunda casa, vayan adquiriendo por sí mismos esos primeros retos internos que en su vida irán constituyendo, ya consolidada, la autoexigencia y responsabilidad. Pero estos temas son ya palabras “de mayores”, ¿verdad?

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Basterretche Baignol, J. “Técnicas y recursos para motivar a los alumnos”. 2000.

domingo, 10 de febrero de 2013

¿Cómo afrontamos la "rabieta" del niño?


Esta semana nos han parecido muy interesantes las sugerencias de Rocío Pilar Valero, pedagoga terapéutica, sobre el tratamiento de las rabietas. Si ben las seños y los papás empleamos recursos basados en larga experiencia, no está de más plantear como metodología el hecho de afrontar estas situaciones.

Así pues, ¿cómo podemos paliar estas conductas desafiantes o desajustadas? En las etapas infantiles, el niño no tiene las herramientas adecuadas y suficientes para manifestar su desacuerdo, indiferencia, preferencia… y al no tener consolidado su lenguaje, su forma de manifestar lo anterior suele ser a través de las rabietas. Lo patológico de las mismas es su intensidad y duración, debiendo registrar diariamente cuál ha podido ser el posible desencadenante y qué intensidad han tenido las mismas. Por supuesto, queridos papis, no nos referimos a llevar un listado clasificado en fichas o registro cronológico en hojas Excel, pero sí hemos de atender especialmente a los orígenes y consecuencias.

En ese sentido es muy importante no ceder a las rabietas del niño. Para ello hace falta que tengamos paciencia, que nuestra voz sea firme pero serena porque ya ha captado nuestra atención (que al fin y al cabo es lo que quiere). Además, mostrándonos en calma ante una situación frustrante, mostramos y enseñamos al niño maneras adecuadas de controlar la ira y la frustración. Debemos asimismo acompañar todo ello de un lenguaje oral ajustado al nivel de comprensión del niño, formulando instrucciones claras, concisas y acompañadas de nuestra acción para que el niño tenga un modelo de lo que hay que hacer. También resulta más adecuado dar las explicaciones agachándonos a su altura para asegurar la atención, mirada, comprensión y evitar infundir en el niño una sensación de “dominación”.

Debemos explicarle, de forma muy clara, cuándo y de qué manera va a obtener nuestra atención. Es cierto que en la guarde gozamos de un contexto mucho más apropiado para requerir y obtener tanto la atención como la comprensión a las directrices que estipulamos, pero… también somos madres. En ambos entornos, debemos explicar al niño (de forma muy clara) cuándo y de qué manera va a obtener nuestra atención. Es necesario trazarle unos límites desde el cariño, aunque sin perder la firmeza. Por ello, cuando las rabietas hayan disminuido en intensidad y tras no prestarle atención durante un tiempo (según los expertos, aproximadamente un minuto por año de edad –aunque sin perderle de vista) será cuando acudamos a él. En ese momento, calmados y con un lenguaje ajustado a sus características, procederemos a las oportunas explicaciones.

Otra forma más incisiva de expresar su rabieta es cuando el niño pega. Esta es una fase evolutiva en las relaciones sociales infantiles, pero también puede resultar patológico si su intensidad y duración son altas. Cuando suceda esta circunstancia hay que explicar al niño que esa acción produce dolor en otro niño y él mismo -con ayuda de la seño o familiar adulto- tiene que resolver el conflicto (por ejemplo, pidiendo perdón y dando un beso). Hay que tener siempre presente que ellos no tienen esa capacidad para resolver conflictos: nosotros tenemos que darles las herramientas de resolución para que ellos puedan interiorizarlas.

En definitiva, queridos papis, nos encontramos en un proceso de canalización de conductas en el que, como adivinaréis, seguimos la misma línea tanto en casa como en la Escuela. No planteamos contrarrestar actitudes sino cursar, basándonos en el diálogo y la explicación sin perder la “cariñosa firmeza”, el aprendizaje del propio niño a la hora de ir moldeando situaciones que poco a poco irá controlando.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Rocío Pilar Valero. CEIP Mario Vargas Llosa, 2011.

domingo, 3 de febrero de 2013

Temores y fobias.


Los niños presentan a lo largo de su desarrollo una serie de miedos o temores que son de carácter evolutivo y que van disminuyendo con la edad (miedo a la oscuridad, a los seres imaginarios, a los animales…). Cuando lo miedos infantiles dejan de ser transitorios puede hablarse de fobias, cuyas características principales son:
  • Miedo desproporcionado con respecto a la situación que lo desencadena.
  • El niño no deja de sentir miedo a pesar de las explicaciones y racionalizaciones.
  • El miedo no es específico de una edad determinada.
  • El miedo es de larga duración.
La fobia escolar se caracteriza por un manifiesto rechazo a la asistencia al colegio e implica un temor irracional por alguna situación particular. Como en muchos otros post, queridos papis, el miedo al que hacemos referencia no se da en nuestro ciclo. Y es que como tal, la fobia escolar es poco común y tiende a darse con más frecuencia entre los 3 y los 4 años y entre los 11 y los 12 años, siendo repentino entre los primeros y más gradual en el caso de los últimos. Lo síntomas incluyen dolor abdominal, náusea, vómito, diarrea, dolor de cabeza, palidez y debilidad, que aparecen por la mañana antes de ir a la escuela (infantil o “de mayores”) y por lo general desaparecen antes de que terminen las clases, si tener lugar los fines de semana o festivos.

Ante sospechas de una fobia escolar, se deben contrastar los síntomas que se observan desde el ámbito familiar con los que tienen en el centro educativo y, en su caso, poner en marcha una intervención por parte de los profesionales del ámbito educativo y del ámbito clínico, en colaboración con la familia.

Antes de que el miedo a la escuela se intensifique y pueda dar lugar a una fobia, los padres podéis intervenir para que los temores escolares disminuyan o incluso para prevenirlos ante la incorporación en edades críticas (nueva incorporación, cambio de etapa, cambio de centro, etc.) o después de periodos prolongados (por vacaciones, enfermedad, etc.).

Estas son una serie de pautas que los expertos recomiendan:
  • Educad positivamente, utilizando elogios y premios en lugar de amenazas.
  • Respetad los temores del niño e intentad encontrar la causa del miedo. No utilicéis frases negativas que únicamente sentencian y no buscan explicar o dialogar.
  • Preparad progresivamente al niño ante los cambios. Si se trata de una nueva incorporación, un cambio de centro o de etapa, intentad explicarle cómo será, qué encontrará, qué hará (incluso visitando las instalaciones del centro, enseñándole fotografías…).
  • Evitad sobreproteger a vuestro hijo, pues esto no le evitará problemas. El mejor modo de superar los miedos es enfrentarse a ellos por uno mismo, aunque para ello se necesite la ayuda de los demás.
  • Fomentad la resolución de problemas por él mismo. Si vuestro hijo recurre siempre a vosotros y obtiene una solución, se estará mermando su autonomía e independencia.
  • Restad importancia a los miedos y temores de vuestro hijo. Recordad que forman parte de su desarrollo.
  • Potenciad su valentía animándole a que se enfrente a las situaciones que le provocan temor. Tratad asimismo de disimular vuestros propios temores en presencia del niño, pues ellos actúan por imitación.

Según decíamos, queridos papis, no vamos a tener en nuestro ciclo ningún problema en ese sentido con nuestras fieras (y seguro que tampoco lo habrá en el siguiente ciclo). Pero es importante la observación a lo largo de la vida escolar de vuestros hijos, sobre todo en los sucesivos cambios que se den en su entorno más cercano.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: E. Echeverría Odrozola. “Evaluación y tratamiento de la fobia social” (1993).

sábado, 26 de enero de 2013

Potenciación de la memoria visual


Hoy vamos a exponeros un tema que no pertenece a nuestro ciclo, aunque es importante que se considere en un inmediato futuro sobre vuestros (nuestros) bichos: la detección precoz de problemas visuales en la infancia. 
Es verdad que la detección precoz de los trastornos visuales empieza desde los primeros días y en el mismo entorno familiar e incluso el escolar, pero hacerse en todas las fases de crecimiento del niño en forma de juego tapándole un ojo y posteriormente el otro con objeto de percibir si el movimiento de los ojos es correcto.
Sin embargo, el momento clave está entre los 3 y los 5 años de edad. Es en este periodo en el que los defectos de graduación deben ser detectados y tratados. Es la época en la que se produce el desarrollo visual y, por tanto, aquello que no se corrija condicionará una visión deficitaria para toda la vida. Por eso, si bien no pertenece –como decíamos- a nuestro ciclo, sí recomendamos que en la futuras aulas “de mayores” se observe si se produce alguna de las siguientes situaciones que podrían delatar una visión deficitaria:

  • Se acerca o aleja demasiado los objetos a la vista.
  • Tiene los ojos irritados o llorosos.
  • Se queja de frecuentes dolores de cabeza.
  • Manifiesta conductas erróneas (tropiezos, cálculo erróneo de distancias…)
  • Frunce constantemente el ceño para observar.
  • Tiene la atención dispersa (a veces, los niños se distraen al no visualizar pizarra o guiñol).
  • Se producen retrasos en el aprendizaje.

En previsión de todo ello, en nuestra Escuela solemos observar determinados criterios –os recomendamos, queridos papis, seguir algunos de ellos en casa u otros entornos cotidianos familiares- que establecemos como objetivos desde los primeros años (nuestro súper-ciclo) y que, en el fondo, responden a la potenciación de la memoria visual:

  • Que sean capaces de percibir las semejanzas y diferencias visuales del ambiente (aula, patio, comedor…)
  • Que lleguen a detectar las diferencias que puedan existir ente láminas (formas, figuras geométricas, etc.) aparentemente iguales.
  • Que distingan las cosas que ven de cerca o a cierta distancia y puedan designarlas y describirlas.
  • Que después de presenciar un suceso sepan narrarlo y lo hagan tal y como si lo estuvieran viviendo.
  • Que se les despierte la curiosidad por observar con detenimiento las cosas que habitualmente ven, y puedan describirlas.
  • Que lleguen a relatar la imagen o recuerdo de una estancia familiar de tal forma que su descripción se ajuste a la realidad lo más posible.
  • Que distingan el color de los animales y plantas (en el medio o representados) y utilicen con exactitud el vocabulario relativo al color.
  • Que discriminen, identifiquen y nombren los matices más corrientes de un mismo color.
  • Que, una vez reconocidos los colores más importantes, reconozcan los matices.
  • Que conozcan y utilicen palabras que sirvan para describir impresiones ópticas: triángulo, rectángulo, redondo, cuadrado, corto, largo, recto, grande, pequeño…

La potenciación de la memoria visual ayudará también a sus futuras “seños” de 2º ciclo a percibir anomalías y prevenirlas. Evidentemente, las revisiones del oculista serán factor determinante para cuidar de la salud visual de nuestras pulguillas.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Víctor G. Hoz. “Tratado de Educación personalizada” (1997).

domingo, 20 de enero de 2013

Sobre niños inquietos


A estas alturas no vais a extrañaros por esta exposición, queridos papis: cuando el niño cuenta con dos o tres años y hasta aproximadamente los cinco o seis (el ciclo de educación infantil), es normal que aparezca una vitalidad inagotable. ¿A que no os extraña? Porque lo habitual a esta edad es que exploren, jueguen, abran y cierren, tiren objetos… Han adquirido destreza y seguridad en sus habilidades motoras (correr, salar, trepar…) pero no son conscientes del peligro que muchas actividades generan. Sin embargo tened en cuenta que aun así, hay otros factores que aumentan a inquietud como por ejemplo:

  • Cambios en la situación familiar (discusiones o separación de los padres, nacimiento de un hermano, mudanzas, hospitalización del padre o madre, etc.).
  • Primera escolarización.
  • Problemas de relación.
  • Temperamento heredado (hemos de decirlo: el temperamento inquieto de alguno de vosotros, los papis, puede influir en que el niño también lo presente).

Nuestros bichillos son pequeñajos “tranquilos y de contenida conducta”... a pesar de la sonrisas que os adivinamos en el momento de escribir esto. Hablando en serio, no hay ninguno que manifieste problemas de trastorno en su conducta temperamental pero no olvidéis que en su vida estarán sometidos a cambios que pueden afectarle. Y ante la posibilidad de esos futuros casos (seguramente una vez superado nuestro especial primer ciclo), para controlar su temperamento y ayudarles a que vayan adquiriendo su propio autocontrol hemos seleccionado una serie de pautas de entre lo que nos dicen los expertos sin perjuicio de que vosotros, queridos papis, podáis inducir por otras distintas a vuestro hijo a una situación más relajada y “dominada” por ellos mismos:

  • Estableced normas con un lenguaje sencillo y directo a través de frases cortas y adaptadas a su nivel de comprensión. Para aseguraros de que os ha entendido podéis pedir al niño que repita lo que le habéis dicho.
  • Estableced un horario y rutina que den lugar a hábitos -que les ofrecerán seguridad y control de su entorno- por lo que la inquietud ante lo impredecible disminuirá.
  • Contadles por adelantado lo que vais a hacer cada día o en cada momento, incluso si es muy parecido a lo que hicisteis el día anterior.
  • Enseñadles a expresar sus emociones de manera adecuada, sirviendo como pauta utilizar un tono de voz adecuado; miradles directamente a los ojos cuando habléis y buscad normalmente un lugar tranquilo para dialogar con ellos.
  • Fomentad la actividad física para canalizar su inquietud y dinamismo (salidas al parque, juegos de movimiento, etc.).
  • Podéis incluso realizar ejercicios de relajación (un buen momento es antes de la siesta, antes de irse a la cama por la noche…). La lectura de cuentos, recitar poemas, etc. también ayuda en estos momentos previos al sueño para relajar al niño.
  • Felicitad y premiadle cuando esté atento, tranquilo y jugando reposadamente. Si sólo se le toma en cuenta cuando está alterado o se está portando mal (aunque sea para relajarle) aumentará ese proceder y repetirá el patrón de conducta inquieta y nerviosa.
  • En lugar de recordarle todo el día lo que no debe hacer, ofrecedle alternativas de conducta a través de actividades que pueda realizar.
  • Ofrecedle pocos estímulos al mismo tiempo. Por ejemplo, si va a comer colocadle en la mesa sólo el plato y la cuchara (únicamente lo que va a utilizar).
  • En casa, mantenedlo ocupado en actividades de su agrado pero en las que pueda colaborar y asumir algún tipo de responsabilidad como ayudar a guardar la compra, poner la mesa, etc. (por supuesto, siempre adaptando estas actividades a su edad –y más aún cuando se trata de nuestro primer ciclo, ¿verdad?).
  • Enseñadle a postergar sus necesidades, a controlase y a esperar un rato antes de ser atendido.
  • Fomentad juegos que desarrollen la capacidad de observación y de concentración: puzles, buscar diferencias, hablar sobre fotografías, recortes o láminas, colorear, recortar, etc.

Es evidente que en la Escuela establecemos determinadas pautas adecuadas a nuestro entorno y su edad. Como os hemos dicho al principio, ninguna de vuestras pulguillas manifiesta signos de desequilibrio emocional pero en el futuro estarán sometidos a cambios que sus próximos centros de educación podrán prevenir, pero será muy importante que esa conductividad de comportamiento pueda tener su oportuna continuidad en casa. Esta es la forma de que los profesionales de la enseñanza de cualquier nivel trabajemos juntos con vuestros hijos.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: I. Orjales. “Déficit de atención con hiperactividad” (2000).