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sábado, 23 de febrero de 2013

Cooperación entre familia y escuela (I)


El niño es un ser global, y de la misma manera percibe y vive la realidad que le rodea. Por eso es necesario que los dos ambientes básicos para él (casa y centro) guarden una estrecha coordinación ya que ambos comparten la educación e interés por los hijos/alumnos, las finalidades básicas que hay que educar, la estimulación del desarrollo de los niños –atendiendo a las distintas facetas de su personalidad-, la detección e intervención en situaciones que pueden quebrar la convivencia, los estilos educativos (o formas de educar) y sobretodo el cuidado y la protección del menor frente a posibles riesgos.

Ambas partes trabajamos en el proceso de socialización que podríamos esquematizar, queridos papis, en tres apartados diferenciados:

  • Las normas y la autoridad. En el proceso de maduración social, el niño va dando pasos paulatinos en el hecho de comprender la necesidad de que existan unas normas, en comprender las normas concretas, en aceptar las normas que los adultos (vosotros, los papás y nosotras, las seños) proponemos y en el cumplimiento mismo de las normas, llegando a actuar por sí mismos y autocontrolándose. La autoridad de padres y seños consiste realmente en saber lo que es útil para el bien del niño y en el establecimiento de límites que le den seguridad sobre lo que puede y no puede hacer, siendo necesaria dicha autoridad para su equilibrio. Pero nunca debemos, queridos papis, confundir autoridad con severidad: se tiene autoridad sin necesidad de levantar la voz o incluso castigar.
  • El aprendizaje de comportamientos y tareas. Al igual que en la Escuela cada seño o adulto tenemos o ejercemos una función distinta (y cada seño somos de una manera), el padre y la madre tenéis funciones que se complementan. Por eso el niño debe comprender los diferentes comportamientos y tareas nuestras, de los adultos, así como la forma en que nosotras y vosotros asumimos nuestras funciones, las diferencias entre los comportamientos, las reacciones en casa o centro ante comportamientos diferentes, las propia necesidad de asumir comportamientos y tareas propios (de forma gradual) e incluso la manera más adecuada de adaptarse a una situación concreta (en casa o en el centro).
  • El desarrollo de actitudes. El respeto, entendido en el sentido de que nada (persona, animal, cosa…) debe ser “intimidado” porque no responda a lo que yo quiero. El esfuerzo, que debe ser visto como posibilidad de avanzar, mejorar, de satisfacción por la tarea bien hecha y de superación personal. Y la responsabilidad, apreciada como la actitud de sentirse obligado a dar una respuesta sin ninguna presión externa, sin compromiso.

Estos son pequeños bocetos de una relación mucho más amplia, queridos papis. Pero como habéis ido viendo en sucesivos posts, poco a poco vamos insertando los engranajes para que nuestra coordinación tenga como resultado la formación de unos niños que serán un día adultos comprometidos, quienes seguro nos harán sentir orgullosos. A vosotros y a nosotras.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Alfonso, C. “La participación de padres y madres en la escuela” (2003)

domingo, 17 de febrero de 2013

Sobre motivación y hábitos.


En general, en Educación Infantil hablamos muy a menudo de los hábitos. Y es que un hábito va muy ligado a la adquisición de autonomía, al momento evolutivo del niño y a la cantidad y calidad de las normas de los diferentes contextos. Por eso, queridos papis, es fundamental conocer enseguida cómo es el niño, qué es lo que realmente puede conseguir en un periodo determinado de su desarrollo, qué normas queremos que cumpla y cuáles de esas normas son fijas o “negociables”.
Una vez tenemos claro lo anterior (lo que –admitimos- es harto complicado) podemos destacar los hábitos principales en los momentos de descanso, alimentación, higiene y socialización. Y cuando se concretan –dentro de esas grandes áreas- cuáles son los actos que queremos que los niños adquieran, repitan y asimilen… resulta que podéis encontraros ante una negativa más o menos explícita de los peques. Ojo a este detalle: si estamos aquí empleando la segunda persona del plural no es porque en el centro podamos carecer de estas decisiones por parte de nuestras fieras, sino porque el condicionante que provee el propio entorno influyente de Escuela y grupo las hace menos determinantes en la voluntad de alguna pulguilla.
Pero continuemos. Ante la perspectiva anterior, ¿qué podéis hacer? Pues podéis emplear recursos como la curiosidad innata o los modelos adultos y su atractivo, o dicho de forma distinta, la “significatividad de la tarea” o el “reto de ser mayor”. Pero volviendo a la potenciación de adquisición de hábitos, las técnicas de motivación que usualmente se utilizan en nuestra Escuela (y que son de uso común también en entornos familiares) son estas que os referimos:
  • Los refuerzos sociales positivos: se pueden utilizar de forma aislada o en compañía de otras técnicas. Son los elogios, las sonrisas, los aplausos… Con ellos pretendemos mostrar al niño la capacidad que tiene de mejorar su autonomía, hacerle ver sus esfuerzos por mejorar y elogiarle por las mejoras conseguidas y el progreso realizado, inspirándole confianza en sí mismo.
  • El logro continuo: a la hora de proyectar una tarea o trabajo, la seño (y también vosotros, papás) se asegura de que el alumno pueda concluir tal trabajo con un pequeño esfuerzo. Poco a poco, a lo largo del curso, va aumentando el nivel de dificultad hasta que adquiera la rutina completa y solo sea cuestión de repetir.
  • El error rehabilitado: le presentamos el trabajo dejando que se equivoque y no pueda llevarlo a término. ¡Evidentemente, no es “puñetería”! : ¿cuántas veces hemos vivido aquello de “aprender de los errores”? Pues sí, es también una técnica empleada en lo peques. Es entonces cuando le aportamos la ayuda necesaria hasta resolverlo satisfactoriamente (pero ojo: no debe abusarse de esta técnica para evitar continuas frustraciones, quizá invisibles a priori por nosotros los adultos).
  • La competición: la clave está en presentar el trabajo al peque como si fuera un desafío. En la Escuela no fomentamos la competición colectiva entre alumnos, sino que individualizamos el reto en aras de evitar lo mencionado en el anterior punto: la frustración. Todavía es una edad temprana para situar al niño en un plano de comparativa social. Pero aun individualmente, también debemos graduar el nivel de dificultad para convertir el objetivo en alcanzable.
  • La participación activa: el objetivo es estimular continuamente al niño para que participe en el contexto en que se encuentra. Al darles la posibilidad real de sugerir, opinar y hasta planificar, les hacemos ser partes integrantes del grupo y, por tanto, responsables colectivos de todo lo que en él sucede.
  • El trabajo cooperativo: se trata de dividir el trabajo para resolverlo entre varios alumnos (incluyendo a la seño). De momento somos poquitos, ya lo sabéis, pero en realidad conviene que el grupo no sea siempre el mismo, ni tampoco que cada pulguilla desarrolle siempre las mismas funciones. Así, cada peque es ”responsable” (término que pronto acuñamos) de su parte del trabajo, del que a su vez formará parte del éxito final colectivo o, en su caso -¿por qué no?- dar “explicaciones” (tranquilos, papás: son escenas en que la seño se aguanta la risa y procede a la cariñosa explicación colectiva a modo concluyente).

En resumen, intentamos que en el entorno de la Escuela, su segunda casa, vayan adquiriendo por sí mismos esos primeros retos internos que en su vida irán constituyendo, ya consolidada, la autoexigencia y responsabilidad. Pero estos temas son ya palabras “de mayores”, ¿verdad?

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Basterretche Baignol, J. “Técnicas y recursos para motivar a los alumnos”. 2000.

domingo, 10 de febrero de 2013

¿Cómo afrontamos la "rabieta" del niño?


Esta semana nos han parecido muy interesantes las sugerencias de Rocío Pilar Valero, pedagoga terapéutica, sobre el tratamiento de las rabietas. Si ben las seños y los papás empleamos recursos basados en larga experiencia, no está de más plantear como metodología el hecho de afrontar estas situaciones.

Así pues, ¿cómo podemos paliar estas conductas desafiantes o desajustadas? En las etapas infantiles, el niño no tiene las herramientas adecuadas y suficientes para manifestar su desacuerdo, indiferencia, preferencia… y al no tener consolidado su lenguaje, su forma de manifestar lo anterior suele ser a través de las rabietas. Lo patológico de las mismas es su intensidad y duración, debiendo registrar diariamente cuál ha podido ser el posible desencadenante y qué intensidad han tenido las mismas. Por supuesto, queridos papis, no nos referimos a llevar un listado clasificado en fichas o registro cronológico en hojas Excel, pero sí hemos de atender especialmente a los orígenes y consecuencias.

En ese sentido es muy importante no ceder a las rabietas del niño. Para ello hace falta que tengamos paciencia, que nuestra voz sea firme pero serena porque ya ha captado nuestra atención (que al fin y al cabo es lo que quiere). Además, mostrándonos en calma ante una situación frustrante, mostramos y enseñamos al niño maneras adecuadas de controlar la ira y la frustración. Debemos asimismo acompañar todo ello de un lenguaje oral ajustado al nivel de comprensión del niño, formulando instrucciones claras, concisas y acompañadas de nuestra acción para que el niño tenga un modelo de lo que hay que hacer. También resulta más adecuado dar las explicaciones agachándonos a su altura para asegurar la atención, mirada, comprensión y evitar infundir en el niño una sensación de “dominación”.

Debemos explicarle, de forma muy clara, cuándo y de qué manera va a obtener nuestra atención. Es cierto que en la guarde gozamos de un contexto mucho más apropiado para requerir y obtener tanto la atención como la comprensión a las directrices que estipulamos, pero… también somos madres. En ambos entornos, debemos explicar al niño (de forma muy clara) cuándo y de qué manera va a obtener nuestra atención. Es necesario trazarle unos límites desde el cariño, aunque sin perder la firmeza. Por ello, cuando las rabietas hayan disminuido en intensidad y tras no prestarle atención durante un tiempo (según los expertos, aproximadamente un minuto por año de edad –aunque sin perderle de vista) será cuando acudamos a él. En ese momento, calmados y con un lenguaje ajustado a sus características, procederemos a las oportunas explicaciones.

Otra forma más incisiva de expresar su rabieta es cuando el niño pega. Esta es una fase evolutiva en las relaciones sociales infantiles, pero también puede resultar patológico si su intensidad y duración son altas. Cuando suceda esta circunstancia hay que explicar al niño que esa acción produce dolor en otro niño y él mismo -con ayuda de la seño o familiar adulto- tiene que resolver el conflicto (por ejemplo, pidiendo perdón y dando un beso). Hay que tener siempre presente que ellos no tienen esa capacidad para resolver conflictos: nosotros tenemos que darles las herramientas de resolución para que ellos puedan interiorizarlas.

En definitiva, queridos papis, nos encontramos en un proceso de canalización de conductas en el que, como adivinaréis, seguimos la misma línea tanto en casa como en la Escuela. No planteamos contrarrestar actitudes sino cursar, basándonos en el diálogo y la explicación sin perder la “cariñosa firmeza”, el aprendizaje del propio niño a la hora de ir moldeando situaciones que poco a poco irá controlando.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Rocío Pilar Valero. CEIP Mario Vargas Llosa, 2011.

domingo, 3 de febrero de 2013

Temores y fobias.


Los niños presentan a lo largo de su desarrollo una serie de miedos o temores que son de carácter evolutivo y que van disminuyendo con la edad (miedo a la oscuridad, a los seres imaginarios, a los animales…). Cuando lo miedos infantiles dejan de ser transitorios puede hablarse de fobias, cuyas características principales son:
  • Miedo desproporcionado con respecto a la situación que lo desencadena.
  • El niño no deja de sentir miedo a pesar de las explicaciones y racionalizaciones.
  • El miedo no es específico de una edad determinada.
  • El miedo es de larga duración.
La fobia escolar se caracteriza por un manifiesto rechazo a la asistencia al colegio e implica un temor irracional por alguna situación particular. Como en muchos otros post, queridos papis, el miedo al que hacemos referencia no se da en nuestro ciclo. Y es que como tal, la fobia escolar es poco común y tiende a darse con más frecuencia entre los 3 y los 4 años y entre los 11 y los 12 años, siendo repentino entre los primeros y más gradual en el caso de los últimos. Lo síntomas incluyen dolor abdominal, náusea, vómito, diarrea, dolor de cabeza, palidez y debilidad, que aparecen por la mañana antes de ir a la escuela (infantil o “de mayores”) y por lo general desaparecen antes de que terminen las clases, si tener lugar los fines de semana o festivos.

Ante sospechas de una fobia escolar, se deben contrastar los síntomas que se observan desde el ámbito familiar con los que tienen en el centro educativo y, en su caso, poner en marcha una intervención por parte de los profesionales del ámbito educativo y del ámbito clínico, en colaboración con la familia.

Antes de que el miedo a la escuela se intensifique y pueda dar lugar a una fobia, los padres podéis intervenir para que los temores escolares disminuyan o incluso para prevenirlos ante la incorporación en edades críticas (nueva incorporación, cambio de etapa, cambio de centro, etc.) o después de periodos prolongados (por vacaciones, enfermedad, etc.).

Estas son una serie de pautas que los expertos recomiendan:
  • Educad positivamente, utilizando elogios y premios en lugar de amenazas.
  • Respetad los temores del niño e intentad encontrar la causa del miedo. No utilicéis frases negativas que únicamente sentencian y no buscan explicar o dialogar.
  • Preparad progresivamente al niño ante los cambios. Si se trata de una nueva incorporación, un cambio de centro o de etapa, intentad explicarle cómo será, qué encontrará, qué hará (incluso visitando las instalaciones del centro, enseñándole fotografías…).
  • Evitad sobreproteger a vuestro hijo, pues esto no le evitará problemas. El mejor modo de superar los miedos es enfrentarse a ellos por uno mismo, aunque para ello se necesite la ayuda de los demás.
  • Fomentad la resolución de problemas por él mismo. Si vuestro hijo recurre siempre a vosotros y obtiene una solución, se estará mermando su autonomía e independencia.
  • Restad importancia a los miedos y temores de vuestro hijo. Recordad que forman parte de su desarrollo.
  • Potenciad su valentía animándole a que se enfrente a las situaciones que le provocan temor. Tratad asimismo de disimular vuestros propios temores en presencia del niño, pues ellos actúan por imitación.

Según decíamos, queridos papis, no vamos a tener en nuestro ciclo ningún problema en ese sentido con nuestras fieras (y seguro que tampoco lo habrá en el siguiente ciclo). Pero es importante la observación a lo largo de la vida escolar de vuestros hijos, sobre todo en los sucesivos cambios que se den en su entorno más cercano.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: E. Echeverría Odrozola. “Evaluación y tratamiento de la fobia social” (1993).