Esta
semana nos han parecido muy interesantes las sugerencias de Rocío Pilar Valero,
pedagoga terapéutica, sobre el tratamiento de las rabietas. Si ben las seños y
los papás empleamos recursos basados en larga experiencia, no está de más
plantear como metodología el hecho de afrontar estas situaciones.
Así
pues, ¿cómo podemos paliar estas conductas desafiantes o desajustadas? En las
etapas infantiles, el niño no tiene las herramientas adecuadas y suficientes
para manifestar su desacuerdo, indiferencia, preferencia… y al no tener
consolidado su lenguaje, su forma de manifestar lo anterior suele ser a través
de las rabietas. Lo patológico de las mismas es su intensidad y duración,
debiendo registrar diariamente cuál ha podido ser el posible desencadenante y
qué intensidad han tenido las mismas. Por supuesto, queridos papis, no nos
referimos a llevar un listado clasificado en fichas o registro cronológico en
hojas Excel, pero sí hemos de atender especialmente a los orígenes y
consecuencias.
En
ese sentido es muy importante no ceder a las rabietas del niño. Para ello hace
falta que tengamos paciencia, que nuestra voz sea firme pero serena porque ya
ha captado nuestra atención (que al fin y al cabo es lo que quiere). Además,
mostrándonos en calma ante una situación frustrante, mostramos y enseñamos al
niño maneras adecuadas de controlar la ira y la frustración. Debemos asimismo
acompañar todo ello de un lenguaje oral ajustado al nivel de comprensión del
niño, formulando instrucciones claras, concisas y acompañadas de nuestra acción
para que el niño tenga un modelo de lo que hay que hacer. También resulta más
adecuado dar las explicaciones agachándonos a su altura para asegurar la
atención, mirada, comprensión y evitar infundir en el niño una sensación de “dominación”.
Debemos
explicarle, de forma muy clara, cuándo y de qué manera va a obtener nuestra
atención. Es cierto que en la guarde gozamos de un contexto mucho más apropiado
para requerir y obtener tanto la atención como la comprensión a las directrices
que estipulamos, pero… también somos madres. En ambos entornos, debemos
explicar al niño (de forma muy clara) cuándo y de qué manera va a obtener
nuestra atención. Es necesario trazarle unos límites desde el cariño, aunque sin
perder la firmeza. Por ello, cuando las rabietas hayan disminuido en intensidad
y tras no prestarle atención durante un tiempo (según los expertos,
aproximadamente un minuto por año de edad –aunque sin perderle de vista) será cuando
acudamos a él. En ese momento, calmados y con un lenguaje ajustado a sus
características, procederemos a las oportunas explicaciones.
Otra
forma más incisiva de expresar su rabieta es cuando el niño pega. Esta es una
fase evolutiva en las relaciones sociales infantiles, pero también puede
resultar patológico si su intensidad y duración son altas. Cuando suceda esta
circunstancia hay que explicar al niño que esa acción produce dolor en otro
niño y él mismo -con ayuda de la seño o familiar adulto- tiene que resolver el
conflicto (por ejemplo, pidiendo perdón y dando un beso). Hay que tener siempre
presente que ellos no tienen esa capacidad para resolver conflictos: nosotros
tenemos que darles las herramientas de resolución para que ellos puedan
interiorizarlas.
En
definitiva, queridos papis, nos encontramos en un proceso de canalización de
conductas en el que, como adivinaréis, seguimos la misma línea tanto en casa
como en la Escuela. No planteamos contrarrestar actitudes sino cursar,
basándonos en el diálogo y la explicación sin perder la “cariñosa firmeza”, el
aprendizaje del propio niño a la hora de ir moldeando situaciones que poco a
poco irá controlando.
¡Hasta
el próximo post, queridos papás!
Fuente:
Rocío Pilar Valero. CEIP Mario Vargas Llosa, 2011.