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sábado, 25 de mayo de 2013

Abuelos, padres y nietos.

Ahora que acabamos de celebrar la Fiesta de los Abuelos de “Mis Amigos”, podríamos fabricar este post, queridos papis, presentándolo únicamente desde el prisma complaciente y -permitídnoslo- manido de ensalzamiento de la figura de los abuelos, destacando aquí exclusivamente su valioso papel como acreedores de honda experiencia y eficiente figura de colaboración en la educación de los peques, como elemento común en la integración familiar y hasta en la desintegración de desavenencias. Pero vamos a ir un poquito más allá.

Cada vez es más frecuente ver abuelos llevando el carrito de sus nietos y abuelas que esperan a mediodía la salida de los niños de los coles, sean coles de peques o de más mayores. Se trata de abuelos jóvenes que, para bien o para mal, viven una segunda paternidad, pues el nuevo rol de los abuelos es consecuencia de los cambios en las estructuras familiares y de los difíciles horarios de trabajo de sus hijos, los papis.

Sin embargo, el papel de los abuelos también es difícil en la sociedad actual. Cuidar y educar a los hijos es diferente de cuidar y educar a los nietos. Esta es la primera reflexión que debemos hacernos en las relaciones que se deben plantear con los abuelos en las familias. Porque en no pocas ocasiones, la reiteración de la demanda de actuación de los abuelos ha supuesto una carga excesiva para muchos de estos y es normal que su papel haya distado en ciertos momentos de ser el más efectivo en determinados casos. Y sobre esos casos, no es infrecuente que algunos especialistas hayan lanzado avisos como los siguientes: “a los hijos se les educa, a los nietos se les consiente”, o “en muchos casos ellos mismos se creen con el derecho que les otorga el servicio que prestan para establecer normas poniendo en cuestión la opinión de los padres”. Ponen el acento crítico en la incidencia de los abuelos cuando se ejerce una labor “suplantadora” sobre la de los padres, presentando los siguientes planteamientos:
  • ¿Cuál es la tarea que se debe encomendar a los abuelos en la sociedad de hoy?
  • ¿No será excesiva la responsabilidad que se deja en manos de los abuelos, teniendo en cuenta sus edades avanzadas en muchos casos?
  • ¿Saben cuidar y educar a los niños de hoy con las exigencias que la actual sociedad demanda?
  • ¿Se benefician los niños con el cuidado de los abuelos?

En realidad, a nosotras nos parecen planteamientos que se alejan de la tradicional figura de los abuelos en la educación de los niños, como si en el S.XXI se necesitase que los abuelos certificaran su homologación en una sociedad de cambio globalizado. No. Los abuelos han sido y serán siempre los abuelos (así de sencillo) por mucho que su participación requiera de unificación de criterios, toda vez que nuestra sociedad les reclama mayor participación con los nietos debido a las circunstancias.

Así es: como piezas fundamentales para el mantenimiento de la unidad familiar, los abuelos son portadores de la historia, transmisores de cultura y en muchas ocasiones ejercen –como al principio sugeríamos- una labor de mediación en los conflictos entre papás y nietos. Históricamente, la figura del abuelo ha sido un referente en la vida de las familias, ligada, sobre todo, a la infancia de los niños. Pero, ¿es esa figura determinante hoy en día? Efectivamente, los abuelos pueden y deben cuidar a los nietos, pero eso sí: huyendo de la cesión gratuita y la superprotección. Por ello deben saber querer, y ello significa que deben ser capaces de delimitar y establecer las diferencias entre “el mínimo razonable” o manifestación de cariño que no debe fallar, y “el mínimo nocivo” que es sinónimo de protección excesiva. Saber querer es saber dar, pero también es saber exigir. El clima de amor, que es la base de la estabilidad de la familia, se enriquece con la intervención de los abuelos sabiendo equilibrar el cariño sano con la exigencia educativa.

Los abuelos deben enseñar a los nietos guiados por el criterio de padres y madres, criterio que siempre será de exigencia y comprensión, por lo que es de absoluta necesidad evitar contradecir los planteamientos educativos de los papis. En todo momento debe haber una determinación de papeles, horarios y tareas para los abuelos y otras que son competencia exclusiva de los padres. De esta forma, esta claridad evitará roces y creará un clima de confianza que favorecerá los intercambios educativos y las peticiones de consejo o de ayuda dirigidas a los abuelos en caso de necesidad extraordinaria.

Y es que, queridos papis, no lo olvidemos: algunos abuelos -todavía jóvenes- han visto perder su independencia al dedicarse al cuidado de los nietos más pequeños para poder ofrecer a los padres no sólo la posibilidad de afrontar su vida laboral, sino incluso la posibilidad de una diversión fuera de la vida familiar. Por ello, cuando a los abuelos se les exige demasiado, estos también deben ser conscientes de la necesidad de establecer límites. Y es que los abuelos no están para suplantar la educación sino que su función es, fundamental y sencillamente, dar cariño y ofrecer su valiosísimo ejemplo de serenidad y equilibrio basado en la profunda experiencia. Por tanto y en respuesta a la pregunta que nos hacíamos unas líneas más arriba, nuestra conclusión es que sin duda alguna, la figura de los abuelitos es tan determinante como necesaria.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!


Fuente: E. Serra, C. Rico. “Abuelos y nietos: abuelo favorito, abuelo útil” (2007).

domingo, 12 de mayo de 2013

¿Cómo gestionamos los celos?


Los celos son una emoción determinada por sentimientos de envidia y recelo hacia otra persona, que surgen como consecuencia del afán de poseer algo de forma exclusiva. Se trata de un comportamiento afectivo defectuoso que el niño expresa ante el temor a lo que él pueda entender como "ser desatendido" o "perder el cariño de sus padres" (sobre todo de la madre como principal figura de apoyo). Con frecuencia, los celos aparecen en los niños tras el nacimiento de un hermano y suelen manifestarse a partir del año y medio hasta los siete años, siendo más frecuentes en niños que en niñas y más acusado cuando ambos hijos son del mismo sexo.

Seguro que a estas alturas, queridos papis, sabéis que hasta cierto punto los celos constituyen una respuesta normal. Una respuesta que se acentúa más en unos bichillos que en otros, pues algunos rasgos de la personalidad del peque –como la inseguridad- son más favorables a la aparición de los celos. Lo más importante es aprender a distinguir los celos normales de los patológicos pues, si persisten en el tiempo, conviene pedir ayuda especializada.

Nuestras pulguillas nos dan “pistas” enseguida manifestando los celos a través de cambios de su conducta: se vuelven desobedientes, rebeldes, pueden llegar a pegar o a morder a su hermano o compañero de clase… Otros se sienten tristes, débiles, ocasionalmente se niegan a comer, a jugar, se vuelven “llorones” y demasiado dependientes de la madre… Puede producirse, asimismo, algún retroceso en su desarrollo: mojan la cama, se chupan el dedo, utilizan un lenguaje más infantil…
Por eso es importantísimo determinar el origen de los celos, de igual manera que necesario es crear un ambiente familiar y escolar de aceptación y respeto. Para ello, es bueno que lleguemos a acordar pautas comunes por parte de todos los adultos (papis y amigos de papis, familia y seños) que rodeamos al niño y con ese objetivo los expertos nos aconsejan:
  • Alabar los éxitos
  • Reconocer el sentimiento de los celos como algo natural
  • Aceptar las conductas de retroceso en su desarrollo
  • Ofrecerle la oportunidad de expresar su malestar
  • Potenciar el contacto con los demás niños de su edad
  • Preparar al niño ante la llegada de un nuevo hermanito
  • No hacer comparaciones entre los niños
  • Establecer reglas, independientemente de la edad
  • Asignar responsabilidades a cada uno de ellos
  • Reforzar la cooperación entre ellos
  • Evitar descalificaciones entre ellos

Y ante la llegada de un nuevo hermano:
  • Resaltar la importancia de tener hermanos y lo positivo que conlleva
  • Evitar las frases que recriminen sus acciones (“no lo toques”, “aléjate, que no me fío de ti”…)
  • Elogiar todo acercamiento del niño al bebé
  • Involucrar al niño en las tareas del cuidado del bebé
  • Valorar al niño delante de familiares y visitas
  • Evitar comparaciones entre los dos y resaltar lo bueno de cada uno
  • Dedicar tiempo en exclusiva para el niño en el que compartáis aficiones, diversiones e intereses.

Recordad, por tanto, que los celos son una expresión de sentimientos. No se trata de rabietas ni de formas condicionantes (por parte de nuestras fieras) de “imposición” de su realidad. Es una reivindicación que debemos tratar con la obligada sutileza y el mayor de los cariños hacia nuestras pulguillas, en aras de reconducir un sentimiento de rechazo e infravaloración en el menor tiempo posible.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Franco Royo, T. “Vida afectiva y educación infantil” (1998)

domingo, 5 de mayo de 2013

Sí, los niños pegan. ¿Y qué?


Generalmente, dos son los motivos por los cuales los niños pegan. Son enfoques que responden a periodos de desarrollo (aunque os parezca confuso, queridos papis, así es) y que necesitan de la correcta orientación, tanto en casa como en el centro: el periodo de autoafirmación y el normal proceso ante la intolerancia.

En efecto, en el primero de ellos el comportamiento se manifiesta habitualmente con la usual conducta a “decir a todo que no” o a no querer hacer nada de lo que se les propone. Su conducta prevalece sobre las sugerencias y establecen un sano proceso de rebeldía, pues es síntoma de que comienzan a aprender a tomar decisiones… por mucho que esto pueda parecernos contradictorio. No os preocupéis: la persona tiende a establecer sus prioridades cuando no concuerdan con las de los demás. Y es aquí cuando entra en juego el segundo de los factores que provocan la reacción de pegar: el proceso de intolerancia. Algo no sale como ellos quieren o no se hace lo que en ese momento quieren.

El niño no tiene todavía el control del lenguaje para expresar esas desavenencias suyas y su “negociación” es interpretada por muchos de los adultos como mera imposición. Sí, en cierta manera así es, pues el niño no ha desarrollado todavía la capacidad de razonamiento dialéctico y no puede por menos que manifestar su decisión mediante la tendencia a superponer su criterio ante determinado hecho mediante la agresión física. No es el caso de ningún alumno de “Mis Amigos” observar que esta actitud, pese a las correcciones de profes o papis, persiste. Pero sería en esos casos cuando sí habría que ocuparse más a fondo del tema, centrando la observación en determinadas variables que los expertos consideran como las más comunes:

  • Variables personales: la agresividad es más frecuente en niños con falta de autocontrol, quienes muestran baja consideración y respeto hacia los demás y manifiestan inestabilidad emocional.
  • Variables familiares: los niños expuestos a determinadas situaciones en casa (como la separación o divorcio de los padres), un clima permanente negativo (discusiones entre los mayores) o el uso de métodos educativos inadecuados, tienden a mostrar mayor agresividad ante sus iguales y los adultos.
  • Variables ambientales: la influencia de los medios audiovisuales como la televisión, o de situaciones ambientales en el entorno donde reside el niño, pueden ser también factores negativos que propicien un exceso de agresividad.

En los casos cotidianos y normales (dentro del desarrollo del peque) en los que las pulguillas usan el impulso físico frente a las contrariedades, las sucesivas correcciones de las seños junto a las explicaciones –adaptadas a su lenguaje- y nuestra proposición de que asuman con aceptación la circunstancia (o la orden) son siempre suficientes para terminar solventado las “graves contiendas” con un besito al contrario y pelillos a la mar, o de la manita de la seño –y besito que se lleva de premio- prestos a cumplir lo que se les acaba de mandar (lavarse las manos, recoger los materiales, ordenar los juguetes…). En cualquier caso, las consignas generalizadas ante las reacciones de los peques fuera de la Escuela son, casi por norma y según los expertos, las mismas:

  • Para mitigar la agresividad del niño, es preciso no someterse a sus ataques de furor y no acatar sus exigencias para que comprueben que no obtienen con ella ningún resultado.
  • Cuando hay que reprender al niño, no deben utilizarse castigos violentos ni actuar con dureza para que no lo tome de ejemplo. La suavidad y el diálogo tienen un efecto más calmante y relajante sobre él.
  • Es necesario desarrollar un ambiente familiar donde no se tolere la agresión física y se premien los comportamientos sociales positivos para que el niño compruebe que estos son los adecuados.
  • Enseñarle a esperar cuando quiere algo y a utilizar el lenguaje y la negociación en vez del ataque para conseguir alcanzar su objetivo.
  • No ser indiferente a sus ataques: si muerde o pega a otro niño es preciso intervenir, separarle y reprenderle por su actitud inadecuada. Es preciso que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás, y que debe disculparse por su comportamiento.
  • No actuar de forma exagerada ante el ataque para que no entiendan que morder o pegar es una forma de obtener atención rápida. Es mejor responder con tranquilidad, pero con firmeza.

Sólo en los mencionados casos de continua persistencia del problema sería necesario acudir a un especialista para reorientar las conductas del peque. Mientras no se manifiesten estas actitudes, el hecho de que los niños peguen forma parte de una conducta habitual que no debe encender innecesariamente las alarmas.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!