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sábado, 27 de abril de 2013

¿Previsión o sobreprotección?


Antes que nada es necesario distinguir qué es un acto aislado de un comportamiento educativo basado en la sobreprotección. El acto aislado es un reflejo natural e instintivo: ¿quién de nosotras (sobre todo, queridas mamis) no le hemos quitado algo a nuestro bebé de las manos por temor a que se lo trague? ¿Quién no ha bajado al peque del extremo de un sillón cuando nos está haciendo “malabarismos”? Sin embargo, cuando la sobreprotección se convierte en el argumento principal de nuestra forma de actuar como padres estamos haciendo, sin duda alguna, un flaco favor a nuestras fieras. Lo hemos sugerido en el contenido de otros posts: es necesario permitir que se enfrenten a las dificultades para hallar la solución por sí mismos. Sí, debemos ayudar cuando lo necesiten… pero no solucionarles constantemente los problemas como un objetivo al estilo “te doy todo hecho”. En muchas ocasiones, esto puede conducir a la constante supervisión para evitar que los niños realicen actividades que unos padres sobreprotectores pueden considerar arriesgadas y, lo que es peor, podrían llegar a derivar hacia la consideración de “molestas”.

Si los padres nos basamos en la orientación constante y supervisada de lo que un niño “debe” o “no debe” hacer obviando el carácter experimental del aprendizaje podemos correr el riesgo de llevar a cabo frecuentes llamadas de atención a nuestro peque sobre riesgos o peligros pretendiendo que, atemorizado por estos inconvenientes, no haga o deje de hacer algo que podamos desaprobar. Y aquí lo determinante es, queridos papis, que la supervisión de nuestros hijos jamás debe estar fundamentada en el temor. El temor coarta su desarrollo y condiciona de una forma incidente en términos negativos la capacidad de iniciativa de nuestros hijos. Y lo que tenemos que evitar son precisamente las consecuencias de la sobreprotección: la timidez y dependencia excesiva, el desarrollo insuficiente de las habilidades sociales, la inseguridad en sus relaciones por una creciente falta de confianza, la no asunción de responsabilidad por sus actos (siempre han sido los padres sobrerotectores quienes la han asumido), la falta de iniciativa, el sentimiento de inutilidad, el inadecuado desarrollo de la empatía, la futura dificultad para la toma de decisiones, la posibilidad de una personalidad desarrollada en el egocentrismo…

Nuestra obligación, queridos papis, no es tanto ser la "avanzadilla" de la observación y prevención de su entorno como el llegar a convertirnos en expertos previsores de las consecuencias inmediatas del acto inmediato del niño, ponderando el riesgo. ¿Va a caerse? ¿No va a poder encajar esas piezas? El beneficio de la conclusión subjetiva por ese aprendizaje experimental es mucho mayor que la súbita frustración por la sorpresa de la caída o la imposibilidad de terminar de montar el sencillo juego de Lego (por no hablar, por supuesto, de fomentar en ellos el reto y la constancia ante la dificultad, pero ese es otro asunto que hemos tratado y seguiremos tratando en otros posts). Por supuesto, no estamos hablando de permitir cualquier ocurrencia a nuestras fieras: el difícil arte de educar consiste en saber conjugar nuestros temores con nuestras aspiraciones y -por ende- su desarrollo, teniendo en cuenta asimismo los deseos de las pulguillas. Porque el niño no tiene la consideración de "un ser débil, ignorante e inexperto”. Es… un niño, en su fase natural de desarrollo. Claro que, en el fondo, nos gustaría que no se equivocaran, que no tuvieran que sufrir por nada, quisiéramos tener en nuestra mano la facultad de evitarles en todo momento y lugar cualquier contratiempo… pero eso ni es posible ni aconsejable.

Para que lleguen a convertirse en individuos capaces de actuar y afrontar sus propias circunstancias, han de aprender a desenvolverse por sí mismos (evidentemente, cada cual en su medida según edad y personalidad –pues no todas las pulguillas son iguales, ¿verdad) y para ello, a través del aprendizaje “ensayo / error” llegarán a ser capaces de crear sus propias estrategias de actuación y resolución de conflictos. ¡Ánimo! Vuestra labor encontrará el complemento en nuestro trabajo desde el Centro.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: Albor-Cohs. “Perfil de estilos educativos” (1998).

sábado, 20 de abril de 2013

Educar en el esfuerzo.


Nos encontramos en una sociedad llamada “de bienestar” (y a pesar de la época por la que atravesamos, “de consumo”) en la que muchas pautas educativas parecían ofrecer la posibilidad de acceder, casi sin esfuerzo personal, a todas las necesidades como si siguieran esta secuencia: “me apetece / lo quiero / lo tengo / de inmediato”. Y a la larga, la consecuencia de esto es la incapacidad para soportar esfuerzos asociada a sentimientos de impotencia, frustración, no valoración de las cosas, incapacidad de disfrutar y falta de reacción ante la adversidad.

Por ello, queridos papis, es necesario prepararles para responder ante los “conflictos” y ayudarles a potenciar la fuerza de voluntad, la capacidad de superación y el desarrollo futuro de una sólida personalidad. Así, los expertos nos presentan una serie de criterios generales para potenciar el valor del esfuerzo en nuestras pulguillas:

  • Enseñarles a asumir responsabilidades (por básicas que sean) y a ser autosuficientes.
  • Ayudarles a controlar sus impulsos para que sean capaces de demorar sus gratificaciones o “recompensas” y aprender a tolerar la frustración. Y –lógicamente- para ello conviene no ceder a sus caprichos e incluso trazar con ellos en casa un básico programa de tareas (abrochar botones, atar cordones de zapatos, juguetes ordenados, asearse solos…).
  • Destacar el esfuerzo que hay detrás de los logros.
  • Dosificar regalos.
  • No permitir dejar las cosas sin acabar.
  • Acostumbrarles a que adquieran compromisos y exigirles su cumplimiento.
  • Enseñarles con nuestro ejemplo a superar con humor situaciones frustrantes y aprender a tener metas “realistas” ("¡Ahí va! ¿Has visto, Nacho? A papá no le ha salido... Bueno, no pasa nada: vamos a hacer este otro más fácil y luego ya lo intentaré otra vez con el difícil").
  • Procurar que compartan, regalen y participen en pequeños actos solidarios (regalar sus juguetes en determinadas campañas a los niños más necesitados, empezando así a conocer el concepto del desprendimiento junto al de la generosidad).
  • Proponer objetivos concretos que podamos controlar diariamente.
  • Comenzar a introducirles en lo que se convertirá en disciplina a través de pequeños hábitos progresivos (los mencionados programas básicos de tareas convertidos en costumbre).

Lejos de ser considerado un “logro”, comenzar a educar a las fieras en el valor del esfuerzo es una necesidad, por cuanto que los niños requieren de un patrón de conducta, una referencia por la que ordenar su propio entorno social. Como podéis deducir del artículo, queridos papis, a ello no es únicamente acreedora la Escuela: esta es una de las derivadas del común esfuerzo entre vosotros y nosotras en la correcta orientación de vuestros (y nuestros) peques.

¡Hasta el próximo post, queridos papás!

Fuente: Villanueva, M. J. “Programa de apoyo familiar” (2007).

domingo, 14 de abril de 2013

La importancia de la educación musical infantil.


En la educación musical se da un proceso de aprendizaje en el que se distinguen dos momentos consecutivos: el trabajo inconsciente, en el que el niño escucha o expresa a través de la música sin darse cuenta de ello, y el trabajo consciente en el que la seño –oportuna y progresivamente- irá haciendo consciente al niño de sus propios aprendizajes (¿os acordáis de la “motivación b2b” cuando hacíamos referencia a la lectoescritura? Pues con la música es lo mismo). 
En este proceso de aprendizaje se suceden varias etapas:

  • Escuchar un amplio abanico de sonidos en el que ya puede empezar a “ver” y distinguir los diferentes sonidos.
  • Imitar, en un principio, una mera repetición de sonidos sin tener consciencia de lo que ha repetido y poco a poco será capaz de reproducir conscientemente lo que ha escuchado (estos “ensayos” –imitaciones y repeticiones- son imprescindibles para conseguir el dominio de las habilidades musicales que permiten la interpretación de los sonidos escuchados).
  • Reconocer y distinguir entre diferentes sonidos escuchados anteriormente. A través del reconocimiento, el niño identifica lo que escucha.
  • Reproducir. Es decir, repetir sin un modelo inmediato lo que anteriormente ha escuchado y ha imitado.

A la hora de seleccionar las distintas actividades musicales, tanto en “Mis Amigos” como en cualquier otro Centro debemos tener en cuenta criterios como el psicopedagógico (según edades, intereses del momento, características individuales…), el cultural (en nuestra ciudad goza de gran influencia tanto la tradición musical como el reciente contexto de las Fallas) o el tipo de actividad que se vaya a desarrollar (pausadas o dinámicas).

Oír música significa escucharla, y esto requiere de atención. Pero la atención de las fieras es muy dispersa, de corta duración e incluso superficial y por eso hay que ir educándolos lentamente (pues su progreso es paralelo a su maduración). Así, la educación musical abarca desde escuchar a la seño cantando una canción (nota para los papis escépticos: nuestras seños cantan muy, pero que muy bien) o incluso tocar un instrumento (no, no tenemos piano en la Escuela pero sí triángulo, flauta, xilófono, clave, etc., y esta actividad es fundamental para inicial a los peques en la audición) hasta escuchar la grabación de autores clásicos, orquestas populares o incluso algún autor moderno (de contenido no excitante, pues produciría un efecto contrario al que buscamos: la atención).

Por eso las audiciones que preparamos son breves, de escasos minutos. No pretendemos que las pulguillas estén atentas durante todo el fragmento; en realidad, sólo atienden al comienzo y después –como siempre- esa atención se torna intermitente (¡qué le vamos a hacer!) Pero con ello, objetivo cumplido. Y por eso concluimos –para según qué edades- con retos elementales de análisis a los peques en relación al contenido musical mediante, por ejemplo, la distinción entre canto y orquesta o entre solista y coro.

Y aquí llega nuestra firme aseveración: nosotras os prometemos que si advertimos entre nuestras/vuestras fieras un futuro Domingo o Caballé, os lo haremos saber inmediatamente.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: F. Weber. “La música y el pequeño” (2001).

sábado, 6 de abril de 2013

¿Cuándo enseñar a leer y escribir?


¿Se debe esperar hasta los 6 años para enseñar a leer y escribir a nuestros alumnos? En la mayoría de las escuelas tratamos de que los niños empiecen a reconocer las letras e intenten enlazarlas formando las primeras palabras. Eso no significa que en el primer ciclo de Educación Infantil tengan nuestras fieras que poner en práctica el aprendizaje total y comprensivo de la expresión lectora y escrita. Ni siquiera en la segunda etapa (aunque esa fase corresponde a otros centros y no al nuestro) se propone como objetivo último adquirir la habilidad de leer y escribir perfectamente. En realidad, la Educación Infantil pretende constituirse como primera toma de contacto como aspectos didácticos referidos a la lectura y escritura, pudiendo ser considerados como experiencias de pre-lectura y pre-escritura. Tengamos en cuenta que en el pasado se consideraba la etapa de educación infantil exenta de contenidos en aprendizaje, constituyéndose como un periodo de juegos sin valor educativo. Afortunadamente, con el paso de los años fue cambiando esta consideración y hoy por hoy se valora la Educación Infantil como base de futuros aprendizajes académicos.

En “Mis Amigos” seguimos la corriente constructivista auspiciada por la motivación. Sin ánimo de liaros mucho, simplificaremos diciendo que la teoría constructivista (a diferencia de la biologista) remarca que la madurez del aprendizaje no solo responde a factores internos, sino que serán las experiencias que proporcione el entorno las que marcan inicio y desarrollo en la adquisición del conocimiento por parte del niño. De esta forma, el niño “construye” su aprendizaje a partir de sus propios conocimientos previos pues se trabaja con alusiones reales que forman parte de su propio entorno. ¿No os habéis preguntado nunca por qué están las letras “presentes” en el aula? Con estas se llevan a cabo asociaciones y combinaciones que, por ejemplo, les permitan aprender la configuración gráfica de su nombre.

Se trata de llevar a cabo una enseñanza y aprendizaje “personal” en relación a las características y necesidades de los bichillos, y esa es una de las razones por las cuales no nos basamos únicamente en los criterios de tal o cual editorial (descartando así una especie de “mecanización didáctica”). No, no es que en “Mis Amigos” nos desmarquemos de una estructura programativa sino que acuñamos fases flexibles que promueven lo que llamamos la “motivación b2b”: la creación de una disposición seño-alumno hacia el aprendizaje instaurando situaciones que creen entusiasmo, que verdaderamente despierten el interés de nuestras fieras hacia la lectoescritura con experiencias que les atraigan y actividades que les llamen la atención (como decíamos, comenzamos con el nombre del niño pasando a otras combinaciones apoyadas de imágenes o fichas –perro, árbol, etc.)

En resumen, durante años se consideró la edad de 6 años como punto de partida para iniciar la lectoescritura coincidiendo con el inicio de escolarización. Sin embargo, ya hace mucho tiempo que la Educación Infantil es considerada la etapa necesaria que debe introducir al niño en sus primeras producciones orales y escritas. Y eso sí, mediante la puesta en práctica de experiencias que deben resultar motivadoras e interesantes para que nuestras pulguillas desarrollen adecuadamente y con mayor facilidad dichos aprendizajes.

¡Hasta el próximo post, queridos papis!

Fuente: V. Silvestre. “Lectoescritura en Educación Infantil” (2007)