Antes
que nada es necesario distinguir qué es un acto aislado de un comportamiento
educativo basado en la sobreprotección. El acto aislado es un reflejo natural e
instintivo: ¿quién de nosotras (sobre todo, queridas mamis) no le hemos quitado
algo a nuestro bebé de las manos por temor a que se lo trague? ¿Quién no ha
bajado al peque del extremo de un sillón cuando nos está haciendo “malabarismos”?
Sin embargo, cuando la sobreprotección se convierte en el argumento principal
de nuestra forma de actuar como padres estamos haciendo, sin duda alguna, un
flaco favor a nuestras fieras. Lo
hemos sugerido en el contenido de otros posts: es necesario permitir que se
enfrenten a las dificultades para hallar la solución por sí mismos. Sí, debemos
ayudar cuando lo necesiten… pero no solucionarles constantemente los problemas
como un objetivo al estilo “te doy todo hecho”. En muchas ocasiones, esto puede
conducir a la constante supervisión para evitar que los niños realicen actividades
que unos padres sobreprotectores pueden considerar arriesgadas y, lo que es
peor, podrían llegar a derivar hacia la consideración de “molestas”.
Si
los padres nos basamos en la orientación constante y supervisada de lo que un
niño “debe” o “no debe” hacer obviando el carácter experimental del aprendizaje
podemos correr el riesgo de llevar a cabo frecuentes llamadas de atención a nuestro peque sobre
riesgos o peligros pretendiendo que, atemorizado por estos inconvenientes, no
haga o deje de hacer algo que podamos desaprobar. Y aquí lo determinante es,
queridos papis, que la supervisión de nuestros hijos jamás debe estar
fundamentada en el temor. El temor coarta su desarrollo y condiciona de una
forma incidente en términos negativos la capacidad de iniciativa de nuestros hijos. Y
lo que tenemos que evitar son precisamente las consecuencias de la
sobreprotección: la timidez y dependencia excesiva, el desarrollo insuficiente
de las habilidades sociales, la inseguridad en sus relaciones por una creciente
falta de confianza, la no asunción de responsabilidad por sus actos (siempre
han sido los padres sobrerotectores quienes la han asumido), la falta de
iniciativa, el sentimiento de inutilidad, el inadecuado desarrollo de la
empatía, la futura dificultad para la toma de decisiones, la posibilidad de una
personalidad desarrollada en el egocentrismo…
Nuestra
obligación, queridos papis, no es tanto ser la "avanzadilla" de la observación y
prevención de su entorno como el llegar a convertirnos en expertos previsores de las consecuencias inmediatas
del acto inmediato del niño, ponderando el riesgo. ¿Va a caerse? ¿No va a poder
encajar esas piezas? El beneficio de la conclusión subjetiva por ese
aprendizaje experimental es mucho mayor que la súbita frustración por la
sorpresa de la caída o la imposibilidad de terminar de montar el sencillo juego
de Lego (por no hablar, por supuesto, de fomentar en ellos el reto y la
constancia ante la dificultad, pero ese es otro asunto que hemos tratado y
seguiremos tratando en otros posts). Por
supuesto, no estamos hablando de permitir cualquier ocurrencia a nuestras fieras:
el difícil arte de educar consiste en saber conjugar nuestros temores con
nuestras aspiraciones y -por ende- su desarrollo, teniendo en cuenta asimismo
los deseos de las pulguillas. Porque el niño no tiene la consideración de "un ser débil, ignorante e
inexperto”. Es… un niño, en su fase natural de desarrollo. Claro que, en el fondo, nos gustaría que no
se equivocaran, que no tuvieran que sufrir por nada, quisiéramos tener en nuestra mano la
facultad de evitarles en todo momento y lugar cualquier contratiempo… pero eso
ni es posible ni aconsejable.
Para
que lleguen a convertirse en individuos capaces de actuar y afrontar sus
propias circunstancias, han de aprender a desenvolverse por sí mismos
(evidentemente, cada cual en su medida según edad y personalidad –pues no todas las
pulguillas son iguales, ¿verdad) y para ello, a través del aprendizaje “ensayo
/ error” llegarán a ser capaces de crear sus propias estrategias de actuación y
resolución de conflictos. ¡Ánimo! Vuestra labor encontrará el complemento en nuestro trabajo desde el Centro.
¡Hasta
el próximo post, queridos papis!
Fuente:
Albor-Cohs. “Perfil de estilos educativos” (1998).