En
la educación musical se da un proceso de aprendizaje en el que se distinguen
dos momentos consecutivos: el trabajo
inconsciente, en el que el niño escucha o expresa a través de la música sin
darse cuenta de ello, y el trabajo
consciente en el que la seño –oportuna y progresivamente- irá haciendo
consciente al niño de sus propios aprendizajes (¿os acordáis de la “motivación
b2b” cuando hacíamos referencia a la lectoescritura? Pues con la música es lo
mismo).
En este proceso de aprendizaje se suceden varias etapas:
- Escuchar un amplio abanico de sonidos en el que ya puede empezar a “ver” y distinguir los diferentes sonidos.
- Imitar, en un principio, una mera repetición de sonidos sin tener consciencia de lo que ha repetido y poco a poco será capaz de reproducir conscientemente lo que ha escuchado (estos “ensayos” –imitaciones y repeticiones- son imprescindibles para conseguir el dominio de las habilidades musicales que permiten la interpretación de los sonidos escuchados).
- Reconocer y distinguir entre diferentes sonidos escuchados anteriormente. A través del reconocimiento, el niño identifica lo que escucha.
- Reproducir. Es decir, repetir sin un modelo inmediato lo que anteriormente ha escuchado y ha imitado.
A
la hora de seleccionar las distintas actividades musicales, tanto en “Mis
Amigos” como en cualquier otro Centro debemos tener en cuenta criterios como el
psicopedagógico (según edades, intereses del momento, características individuales…),
el cultural (en nuestra ciudad goza de gran influencia tanto la tradición
musical como el reciente contexto de las Fallas) o el tipo de actividad que se
vaya a desarrollar (pausadas o dinámicas).
Oír
música significa escucharla, y esto requiere de atención. Pero la atención de
las fieras es muy dispersa, de corta duración e incluso superficial y por eso
hay que ir educándolos lentamente (pues su progreso es paralelo a su maduración).
Así, la educación musical abarca desde escuchar a la seño cantando una canción
(nota para los papis escépticos: nuestras seños cantan muy, pero que muy bien)
o incluso tocar un instrumento (no, no tenemos piano en la Escuela pero sí
triángulo, flauta, xilófono, clave, etc., y esta actividad es fundamental para
inicial a los peques en la audición) hasta escuchar la grabación de autores
clásicos, orquestas populares o incluso algún autor moderno (de contenido no
excitante, pues produciría un efecto contrario al que buscamos: la atención).
Por
eso las audiciones que preparamos son breves, de escasos minutos. No
pretendemos que las pulguillas estén atentas durante todo el fragmento; en
realidad, sólo atienden al comienzo y después –como siempre- esa atención se
torna intermitente (¡qué le vamos a hacer!) Pero con ello, objetivo cumplido. Y
por eso concluimos –para según qué edades- con retos elementales de análisis a
los peques en relación al contenido musical mediante, por ejemplo, la
distinción entre canto y orquesta o entre solista y coro.
Y
aquí llega nuestra firme aseveración: nosotras os prometemos que si advertimos
entre nuestras/vuestras fieras un futuro Domingo o Caballé, os lo haremos saber
inmediatamente.
¡Hasta
el próximo post, queridos papis!
Fuente:
F. Weber. “La música y el pequeño” (2001).