Generalmente,
dos son los motivos por los cuales los niños pegan. Son enfoques que responden
a periodos de desarrollo (aunque os parezca confuso, queridos papis, así es) y
que necesitan de la correcta orientación, tanto en casa como en el centro: el
periodo de autoafirmación y el normal proceso ante la intolerancia.
En
efecto, en el primero de ellos el comportamiento se manifiesta habitualmente
con la usual conducta a “decir a todo que no” o a no querer hacer nada de lo
que se les propone. Su conducta prevalece sobre las sugerencias y establecen un
sano proceso de rebeldía, pues es síntoma de que comienzan a aprender a tomar
decisiones… por mucho que esto pueda parecernos contradictorio. No os
preocupéis: la persona tiende a establecer sus prioridades cuando no concuerdan
con las de los demás. Y es aquí cuando entra en juego el segundo de los
factores que provocan la reacción de pegar: el proceso de intolerancia. Algo no
sale como ellos quieren o no se hace lo que en ese momento quieren.
El
niño no tiene todavía el control del lenguaje para expresar esas desavenencias
suyas y su “negociación” es interpretada por muchos de los adultos como mera
imposición. Sí, en cierta manera así es, pues el niño no ha desarrollado
todavía la capacidad de razonamiento dialéctico y no puede por menos que
manifestar su decisión mediante la tendencia a superponer su criterio ante
determinado hecho mediante la agresión física. No es el caso de ningún alumno
de “Mis Amigos” observar que esta actitud, pese a las correcciones de profes o
papis, persiste. Pero sería en esos casos cuando sí habría que ocuparse más a
fondo del tema, centrando la observación en determinadas variables que los
expertos consideran como las más comunes:
- Variables personales: la agresividad es más frecuente en niños con falta de autocontrol, quienes muestran baja consideración y respeto hacia los demás y manifiestan inestabilidad emocional.
- Variables familiares: los niños expuestos a determinadas situaciones en casa (como la separación o divorcio de los padres), un clima permanente negativo (discusiones entre los mayores) o el uso de métodos educativos inadecuados, tienden a mostrar mayor agresividad ante sus iguales y los adultos.
- Variables ambientales: la influencia de los medios audiovisuales como la televisión, o de situaciones ambientales en el entorno donde reside el niño, pueden ser también factores negativos que propicien un exceso de agresividad.
En
los casos cotidianos y normales (dentro del desarrollo del peque) en los que
las pulguillas usan el impulso físico frente a las contrariedades, las
sucesivas correcciones de las seños junto a las explicaciones –adaptadas a su lenguaje-
y nuestra proposición de que asuman con aceptación la circunstancia (o la
orden) son siempre suficientes para terminar solventado las “graves contiendas”
con un besito al contrario y pelillos a la mar, o de la manita de la seño –y besito
que se lleva de premio- prestos a cumplir lo que se les acaba de mandar (lavarse
las manos, recoger los materiales, ordenar los juguetes…). En cualquier caso,
las consignas generalizadas ante las reacciones de los peques fuera de la
Escuela son, casi por norma y según los expertos, las mismas:
- Para mitigar la agresividad del niño, es preciso no someterse a sus ataques de furor y no acatar sus exigencias para que comprueben que no obtienen con ella ningún resultado.
- Cuando hay que reprender al niño, no deben utilizarse castigos violentos ni actuar con dureza para que no lo tome de ejemplo. La suavidad y el diálogo tienen un efecto más calmante y relajante sobre él.
- Es necesario desarrollar un ambiente familiar donde no se tolere la agresión física y se premien los comportamientos sociales positivos para que el niño compruebe que estos son los adecuados.
- Enseñarle a esperar cuando quiere algo y a utilizar el lenguaje y la negociación en vez del ataque para conseguir alcanzar su objetivo.
- No ser indiferente a sus ataques: si muerde o pega a otro niño es preciso intervenir, separarle y reprenderle por su actitud inadecuada. Es preciso que comprenda que no se debe pegar o morder porque hace daño a los demás, y que debe disculparse por su comportamiento.
- No actuar de forma exagerada ante el ataque para que no entiendan que morder o pegar es una forma de obtener atención rápida. Es mejor responder con tranquilidad, pero con firmeza.
Sólo
en los mencionados casos de continua persistencia del problema sería necesario
acudir a un especialista para reorientar las conductas del peque. Mientras no
se manifiesten estas actitudes, el hecho de que los niños peguen forma parte de
una conducta habitual que no debe encender innecesariamente las alarmas.
¡Hasta
el próximo post, queridos papis!